Indicador político
La democracia y la libertad de expresión son consustanciales. No puede existir la primera sin la segunda y esta, de hecho, es la madre que da a luz al sistema democrático, que es un procedimiento de dos vías: el respeto a la regla de la mayoría para que se determine quienes serán gobernantes y a la vez el respeto a los derechos de la minoría que resulta del proceso.
Si solamente se configura una parte, la del mayoriteo, el sistema no es democrático; se deben garantizar estrictamente los derechos de los demás. Se gobierna para todos. No solamente para los ganadores. Eso es populismo, una caricatura deformada de la democracia.
De modo que el gobernante carga con el equipaje completo, a eso aspiró, no a llevar en el viaje solamente adeptos, sino también sus opositores. Eso sucede en las sociedades donde el modelo es real. Los gobernantes tienen que contestar de continuo todos los cuestionamientos y responder minuciosamente a todos los gastos del erario, porque no es dinero de los que gobiernan sino de los contribuyentes, dinero ajeno de los que administran, pues.
Pero además de los opositores están los periodistas como freno de unos y otros.
Son las mujeres y los hombres de la crítica social, los que hacen suyo el dicho de Lord Acton “el poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente”. Se convierten en la sal que sazona y a la vez evita que se eche a perder el sistema democrático, porque exponen los peligros del manejo unilateral del poder y del manejo pícaro del mismo.
Por eso la democracia, sustenta su defensa en el ejercicio libre de la opinión pública. Otros sistemas de gobierno, los autoritarios no pueden mantener una libertad de prensa efectiva, es ficticia. En eso se muestra si se entiende o no la democracia. Necesariamente los medios deben ser catalizadores de los poderes oficiales y forman parte del sistema democrático.
A muchos les molesta y mucho, las expresiones precisas o aproximadas del periodismo, quisieran que la gente no se enterara, pero la democracia tiene que cumplir con ese papel permanentemente.
Esta semana fue victimado un periodista más, Luis Enrique Ramírez. De inmediato lo que se muestra al frente es una ruta a la impunidad. Quiero equivocarme.
Palabras y lugares comunes: “se investigará a hasta las últimas consecuencias”, “era mi amigo” y los elogios pretenden paliar el daño con promesas sobre promesas. Unos hablan de agendar en el próximo periodo leyes especiales, y los habituados a resolver con burocracias los males crónicos, piden institutos salvíficos para los periodistas, en otras palabras: presupuestos, instalaciones, equipos y vehículos; como si la experiencia no mostrara la inutilidad de los aparatos, ante un problema mayor que es la recreación de un clima de linchamiento hacia los comunicadores.
Porque en todo crimen hay culpables materiales, e intelectuales. En el crimen de un periodista además hay un tercer tipo de culpable: el clima que fomenta la impunidad contra los comunicadores; una atmósfera que se construye desde los poderes políticos o sectarios, para poner en subasta al gremio periodista como tal.
Se muestra como consecuencia lógica la muerte violenta de los periodistas.
De modo que se publicita abierta o implícitamente el razonamiento de que un periodista combativo se merecía esa suerte, por atreverse hipotéticamente contra poderes superiores a su rango. Una especie sucia, como la que aplican para la joven regiomontana a la que le achacan, por cierto, sin sustento, comerciar su compañía personal; con la consecuencia de su muerte. Como si sus debilidades o sus errores exculparan a los criminales su alevosa conducta.
Ese es el clima que debe tener un castigo moral, un rechazo de la sociedad a esas argumentaciones falaces, y por supuesto, hacer concreto el castigo merecido de los agresores.
Vivir en democracia es respetar, respetar y respetar y también sancionar verdaderamente a los que directa o indirectamente rompen la cadena de respeto.