
Indicador político
Con sobrada razón hay indignación sobre la reforma judicial que establece la elección directa de juzgadores en un pretendido afán de resolver el déficit de justicia en el país. El enojo parte del engaño y crece con la opinión favorable de quienes no entienden o no les importa la contención constitucional al abuso del poder. Nadie, que no sea con un devoto fanático de Morena puede argumentar a favor del cambio. La elección y el conjunto de la reforma no sólo es una farsa, es un engaño deliberado para concentrar el poder en el Ejecutivo, afán de toda tiranía. No sólo es venganza del régimen por una Corte que frenó la arbitrariedad presidencial, es acabar con un pilar fundamental de la República y de la democracia mexicana. El mayor error histórico del Estado mexicano desde su origen señala Diego Valadés Ríos, uno de los constitucionalistas más respetables.
A partir de este explicable y justificado enojo, compartido por la comunidad jurídica sobreviene la condena al régimen y al proceso electivo cargado de explicables e inexplicables errores y horrores. El País calcula en 23% la afluencia a las urnas a partir del interés y conocimiento de la fecha de elección, cifra que se confirma por la encuesta de Alejandro Moreno de El Financiero. La presidenta cita la encuesta y dice que puede haber más de 40% umbral de la consulta popular para tener efectos válidos. Para la presidenta del INE, Guadalupe Taddei no importa cuántos voten porque la validez no requiere de participación alguna, pero sí la legitimidad, expresión excluida del diccionario de los promotores y organizadores del proceso, incluida parte de los integrantes del INE.
Es explicable que la indignación mueva a no participar en la elección. Destacados intelectuales, comentaristas y opinadores manifiestan públicamente su decisión de no participar en la elección ya que el voto convalida la elección. No necesariamente es el caso y debiera considerarse un poco de modestia como para decir que la participación no la definirán las opiniones, por válidas que sean, de unos cuantos.
El proceso electoral es una farsa de principio a fin y eso es lo que importa, no votar o quedarse en casa. La complejidad de la elección impide que sea realidad el voto informado además de que la construcción de listas de prospectos está plagada de irregularidades; hay nombres en las candidaturas que se salvan, pero son los menos. La mejor medida de lo que aspira el régimen en términos de calidad, independencia y profesionalismo es la única ministra llegada a la Corte sin voto del Senado y en el clímax del poder presidencial obradorista, la señora Lenia Batres.
Debe quedar claro que el Poder Judicial Federal actual no merece la defenestración y por mucho es considerablemente mejor que lo que existe en la administración pública o en el Poder Legislativo. La condena de la que ha sido objeto es mentirosa, ventajosa y motivada por razones de baja política.
La inmensa mayoría votará por consigna partidista. Allí están los acordeones divulgados que muchos, incluyendo la presidenta Sheinbaum, justifican bajo el nombre de lo que niegan, la libertad. Libertad sí para engañar y manipular. La única posibilidad de que llegue un colado es por la dificultad del operativo electoral, que vuelve pensable participar en la elección por quienes consideran que su voto puede llevar a los mejores.
Hay soberbia entre la mayoría de los indignados. Consideran que votar convalida el proceso, como si no votar fuera condena, cuando todos saben que es básicamente indiferencia. La soberbia que se destila es en el sentido de considerar un acto de elemental ingenuidad participar. No es el caso, se puede participar con la convicción de que es una absoluta farsa, pero hay que hacerlo para constatarlo, para acreditarlo, para opinar o decir a partir del conocimiento y la información. Vivir la destrucción de la democracia no es una experiencia grata y para algunos, necesaria o conveniente por razones personales o políticas.
Por otra parte, no puede dejarse de lado las candidaturas honorables de quienes decidieron participar a pesar de las dudas o de las certezas del tamaño del engaño. Para el ciudadano es muy difícil diferenciar, informarse e identificar; por lo mismo, la abrumadora mayoría se abstendrá, insisto, en un acto de desinterés, no de condena. Sin embargo, para algunos, muy pocos, supongo, votar es una manera de reconocer la resistencia y la esperanza que representan algunas de las candidaturas que merecen más que desprecio el reconocimiento del voto, por escaso que sea e infructuoso para llevarlos al encargo.