Indicador político
La semana pasada se realizó la última etapa de un largo proceso formativo impulsado por una dimensión del episcopado mexicano. Se trató de un esfuerzo sin precedentes para acortar ciertas distancias que crecieron de forma anómala durante el siglo pasado entre la Iglesia católica y diversos espacios de producción y reproducción cultural como centros educativos –públicos y privados–, espacios de formación artística o deportiva, centros de investigación y acervos históricos y plásticos al servicio del pueblo de México.
Con lo anterior no quiero decir que el mundo eclesial se haya sustraído de estos espacios del desarrollo humano integral; es más, hay innumerables casos realmente elocuentes sobre cómo distintas instancias católicas han participado en el resguardo y promoción de invaluables tesoros de la cultura histórica y contemporánea de México, y también hay ejemplos de loables esfuerzos educativos. Sin embargo, algunos ecos de mutua desconfianza política entre el poder político y el gobierno eclesiástico han entorpecido la posibilidad de participar en diversos trabajos conjuntos en favor del arte, la cultura, la educación y la formación integral de los ciudadanos.
El provocador encuentro organizado por el episcopado mexicano y auspiciado por el Dicasterio de Cultura y Educación de la Santa Sede fue realizado con el interés de acercar a diversos agentes sociales para reflexionar sobre los grandes temas socioculturales del momento y literalmente descubrir, mediante el encuentro personal y directo, los desafíos y oportunidades de renovación que exige no sólo el pueblo nacional o el prójimo, sino el planeta mismo.
Hablar de un drama planetario no es una exageración; tanto la Iglesia católica como destacadas instancias internacionales han señalado al menos tres urgencias que afectan al ser humano, a la civilización y prácticamente a todo ser vivo en el orbe: el Cambio de Época, la Crisis Antropológica y la Crisis de la Casa Común. Todas implican desafíos de mayor complejidad, mayor incertidumbre y mayor volatilidad cultural en la convivencia humana; además ninguna estructura social por sí sola tiene capacidad para atenderlas todas de una manera integral. De ahí la necesidad de acortar distancias entre espacios que hasta hace unos años se consideraban antitéticos o mutuamente excluyentes.
Por ello, uno de los principales temas abordados en el encuentro fue el de la libertad de conciencia, expresión y religión; un asunto aún difícil de abordar y que exige una cautela que raya en la autocensura en muy amplios espacios de diálogo institucional en México.
Las diversas manifestaciones de dichas libertades albergan las convicciones profundas del ser humano acerca de su propia persona, del mundo en el que vive y convive, y del sentido trascendente de su propia existencia bajo la fidelidad a su propia conciencia. Y, sin embargo, hoy en día, este tema sigue intensamente tensionado entre rigorismos legaloides o en desconfianzas sensibleras que consideran más “valiosos” algunos aspectos culturales que otros y que, por tanto, reclaman privilegios de preeminencia.
Junto a este tema, el encuentro abordó otros como la incertidumbre, la disrupción tecnológica exponencial, la interdependencia global y la sociedad-compleja. Todos estos retos contemporáneos no son menores cuando el diagnóstico es categórico: vivimos en una crisis transversal en la cual se definen no sólo los grandes conceptos civilizatorios sino que se deconstruyen y reconstitiuyen todas las estructuras y dinámicas culturales.
En el fondo, la ‘Jornada de Formación’ fue una sana provocación a las dinámicas inerciales entre espacios de diálogo y encuentro; fuera de los academicismos y de las encerronas gremiales, este modelo de formación hace eco de las urgencia pontificia de ser “una Iglesia en salida”. La sorpresa positiva fue que, en contra de lo maliciosamente augurado, las instancias educativas, culturales, artísticas y deportivas recibieron con optimismo la audacia del encuentro. La Federación Mexicana de Futbol, por ejemplo, no había recibido representantes de instancias eclesiales para dialogar y contrastar sus procesos de formación a deportistas de alto rendimiento con las búsquedas de la dimensión integral personal y espiritual que representa el deporte. Así igual con importantes centros culturales, museos, centros de investigación artística e histórica.
La pasada Jornada de Formación fue, en el fondo, la manifestación misma de una mirada esperanzada pues contra la idea de que la renovación del mundo nos parezca incomparablemente más simple que la nuestra; el encuentro entre instancias aparentemente distantes no dejó indiferente a nadie, los sobresaltó positivamente para mirar con más audacia los desafíos en lugar que con nostalgia. Porque los retos culturales no se atienden desde las distancias, refugiándonos en nuestras disculpas o defendiéndonos escandalosamente ante lo que consideramos chocante. Como dijo el poeta: “La primavera también es para nosotros”.