Libros de ayer y hoy
“Fracaso Cultural Público”
“De ahí que puede ser útil tener presente que en los peores tiempos se hicieron casas horribles y malísimas poesías, siguiendo el bello principio de los mejores tiempos; no se olvide que toda generación intenta destruir los resultados positivos de una época precedente creyendo mejorarlos, que la juventud anémica de semejante época se envanece de su joven sangre exactamente igual que la gente nueva de todas las épocas.”
Robert Musil, “El hombre sin atributos”, 1930.
En el pasado reciente, el oficialismo celebró un lustro de haber asumido el poder ejecutivo federal, aglomerando masas condicionadas de personas en la plancha del Zócalo y clamando por una gestión fársicamente histórica y triunfal.
Desafortunadamente, a diferencia de la primera semana de julio del 2018, hoy los hechos, los indicadores —los pocos que quedan— y las estadísticas colocan a los fanáticos en un callejón sin salida. La “falsa transformación” o la “artificiosa deformación” ha trastornado la vida pública de México y la cotidianidad de sus habitantes.
Para lo tocante a la rama cultural pública, aún no se logran cuantificar ni dimensionar el rezago y el retroceso que esta administración ha generado en el desarrollo cultural del país. Parálisis administrativa y financiera de la Secretaría de Cultura federal; el fallido proyecto del Bosque de Chapultepec; la nula atención a creadores durante la pandemia, por mencionar sólo algunos.
Ya se ha criticado también la ignominiosa gestión de Francisco Ignacio Taibo II al frente del Fondo de Cultura Económica, la crisis de la red de los centros de las artes, así como los nulos insumos para que las instituciones culturales públicas operen con normalidad. Alejandra Frausto es de igual forma es responsable de esto.
Asimismo, la “fuga” de talentos creativos mexicanos ha alcanzado niveles críticos y se vislumbra muy complicado el repatriar a estas personas que han decidido dedicar su vida al arte en otras otras territorialidades, muy alejados de sus lugares de nacimiento.
La politización del fenómeno cultural público ha sido una apuesta perdedora del oficialismo al trasladar sus operaciones electorales a la rama cultural. Los esfuerzos aislados de sus “monitores territoriales” han condenado al ostracismo al desarrollo cultural mexicano. Se ha sometido a creadores y gestores —abusando de su estado de necesidad— a ser corifeos del presidente de México y su limitada visión de la historia y la cultura.
El testimonio de una generación no está en un tren al sur del país, ni en una refinería, ni en la remodelación de un parque; el testimonio de una época está en sus obras artísticas y en una visión del mundo materializada en objetos culturales. Ya sea una escultura, una pintura al óleo, una pieza musical o un poema, los símbolos de la cultura delinean el devenir de una comunidad y su cohesión. Eso es lo que debe mantenerse como misión del Estado mexicano hoy, mañana y siempre, sin importar los prismas ideológicos.
La propaganda cultural oficialista ha alcanzado niveles críticos y debe señalarse. De continuar, el daño al sistema cultural público de México será —si no es que ya lo es— profundo.
Para cerrar, de cara al desafío del 2024 se espera haya un cambio de timón y que pueda restablecerse el rumbo de la Secretaría de Cultura de México que si bien no era perfecto nunca desprotegió a los artistas y gestores del país. Está acreditado que la actual administración federal es la que menos presupuesto le ha dedicado al sector cultural desde el 2008 (El País: 2021). Los paupérrimos resultados están a la vista de todos.
Ojalá que sector cultural público y el gremio artístico de México logren su reestructuración y rescate en el futuro próximo.