Indicador político
Comprensible el sentimiento de frustración de quienes confiábamos y esperábamos un resultado electoral eficaz para contener la embestida más trascendente y frontal contra la libertad y la democracia. La soberbia -la convicción de tener la razón por encima de todo- impidió anticipar lo que venía. El resultado se construyó con años de anticipación y la elección fue efectivamente un trámite. Es un absurdo invocar el fraude electoral como explicación, ni siquiera la elección de Estado o el clientelismo electoral, que los hubo lo explica. La trampa y el abuso son insuficientes para entender el desenlace de los comicios. La magnitud de la derrota merece un poco más de honestidad y mucho menos hígado. De no ser así, vendrá una segunda, tercera o indefinidas derrotas y el proyecto autoritario habrá de imponerse sin mayor contención o resistencia. Después de la derrota obligado es pensar en la siguiente batalla una vez que se resuelva el tema de la sobrerrepresentación. Tampoco ayudan -aunque hayan ocurrido- los desaciertos de la oposición, partidos y candidatos desde que en 2021 los votantes insinuaron reivindicar el pluralismo. Lo hecho así está y la autoflagelación a nada contribuye, quizás a evaluar para aprender, pero es tan trágico el resultado que la medicina no es un ajuste a lo que existe, sino edificar sobre bases nuevas, aunque sea un largo e incierto trayecto. Andrés Manuel interpeló a los mexicanos sin engaño alguno en su oferta de reventar al edificio democrático y recibió inequívoco mandato para ello. Si todo se resolviera de manera lineal, Claudia Sheinbaum y los legisladores de Morena deberán actuar en consecuencia. La batalla se perdió, pero viene una segunda que hay que librar y ya no es la de los votos, sino la contención y quizás más que eso el rechazo frontal al intento autoritario de acabar con la institucionalidad democrática. El autoritarismo para nadie es confiable, ni para los inversionistas y especuladores financieros. El problema no es el fraude electoral; son los mexicanos que en su mayoría decidieron abrazar, avalar y defender el proyecto autoritario, como es posible ocurra en el país vecino al norte en noviembre. Se debe partir de esa realidad; se puede invocar engaño o manipulación por parte del presidente y la connivencia de los medios y de las élites, pero es más que eso. La visión autoritaria de Andrés Manuel se corresponde con lo que sienten y piensan la mayoría de los mexicanos, pobres o ricos; del norte, centro o sur; ilustrados o analfabetas; jóvenes, mayores o viejos. En algunos sectores más, en otros menos, pero corta parejo sin ignorar que 4 de 10 votos fueron opositores, proporción que no es pequeña y más si se considera su perfil y su pasión de rechazo a quienes ganaron arrolladoramente. No existe proyecto futuro plausible que se asocie al pasado, especialmente a los partidos políticos históricos. El repudio es profundo, en buena parte porque los dos principales partidos están dirigidos por los peores en la circunstancia más difícil de su historia. Nada hay que hacer, quizás el PAN, pero tendría que reconocerse así mismo como problema y no como solución. El PRI se suicidó cuando entregó la dirección a Alejandro Moreno sobre el exrector José Narro, secuela del pacto de impunidad entre Peña Nieto y López Obrador. En cierto sentido la campaña de MC, haciendo de lado su oportunismo y contradicción interna, dio en el blanco al invocar la nueva política, por eso logró 11% de las preferencias a pesar de las limitaciones, los errores y la adversidad. Los opositores formales, los partidos y legisladores, deben cerrar filas, todos. Pero los votos y la sobrerrepresentación parlamentaria de los ganadores reducen el espacio político institucional. El rechazo tendrá que venir de la sociedad, de los ciudadanos que se movilizaron en la defensa de la democracia, insuficientes para ganar elecciones, pero representativos de una causa irrefutable y moralmente superior, la defensa de las libertades, la democracia y el régimen de contención al abuso del poder. No son pocos, además de muy decididos. Un reto que la resistencia no pueda transitar por la política institucional, lo que plantea desafíos mayores, aunque no insuperables. Mucho está de por medio y constituye un reto gigantesco. No actuar con acierto habrá de condenar a muchas generaciones a lo que ahora se padece y cosas peores que resultan del colapso del régimen democrático. El infortunio y la adversidad obliga a la determinación y a la eficaz resistencia.