Indicador político
Hace unos días, la publicación American Magazine (revista jesuita afincada en Nueva York) reproducía una entrevista con el papa Francisco en la que abordó asuntos de geopolítica, migración, discriminación, feminismo, aborto, polarización y confianza en las instituciones eclesiásticas.
Los medios de comunicación destacaron la postura del pontífice frente a la guerra en Europa oriental (el posicionamiento diplomático y mediador que ha querido establecer frente a los líderes de Rusia y a Ucrania ) y su crítica a la violencia estructural sistemática contra los descartados; sin embargo, poco eco se le dio a otra reflexión del pontífice argentino que también habla de política contemporánea: el papel de las religiones en la sociedad; sobre todo, en medio de los conflictos por el poder o los posicionamientos ideológicos dominantes.
El pontífice dejó muy en claro que el catolicismo no es ni debe ser una excusa de polarización y que la simplificación ideológica es un problema mayúsculo en algunas de nuestras sociedades. A no pocos les parecerá sorprendente que sea el pontífice católico el personaje que en el siglo XXI ha sido quien más aboga por la universalidad, la pluralidad, la tolerancia, el respeto, la diversidad tan rica de la especie humana y la complejidad que contrarresta todo integrismo.
La perspectiva del Papa parece comulgar con la expresada por el filósofo Edgar Morin al físico Gérard Weisbuch: “Su concepción de complejidad excluye la mía, mi concepción de complejidad incluye la suya”.
El asunto es de gran importancia porque en la última década, varios intereses políticos extremistas han buscado utilizar no sólo los principios espirituales de instituciones religiosas para crear bases de confianza entre la población sino que pretenden que esos valores creen discordia, división y tensión en sociedades que aún están comprendiendo cómo convivir en la pluralidad y la diversidad.
Francisco no ha dejado de denunciar a todo personaje o agrupación política que, fingiendo adhesión cristiana, se abroga el supuesto derecho a manifestar superioridad frente a sus contrincantes o adversarios. Todavía más, el pontífice ha expresado sus mayores críticas justo a estos grupos ideológicos pseudo religiosos y ha evidenciado sus hipocresías. Y, frente a lo que algunos sugieren, el Papa no tiene ni predilección ni aversión irracional contra un extremo u otro: a ambos los amonesta por igual.
Esto último está expresado sutilmente en su encíclica ‘Fratelli Tutti’ cuando lamenta que ciertos grupos políticos ven al ‘pueblo’ en dimensión lógica exclusivamente. Suelen ser grupos políticos adoctrinados por ideologías de mercado, utilitarismo y productividad que ven en los pueblos sólo a un grupo de personas, en un momento y espacio específicos como engranes de una maquinaria de orden y producción.
Francisco también critica a todos aquellos políticos que dan al ‘pueblo’ una categoría mística, es decir que en sus discursos afirman que el pueblo es el grado máximo de perfección y conocimiento. Sin importar marcas ideológicas, estos grupos políticos suelen halagar permanente e irracionalmente a las masas para justificar sus sesgos u obsesiones.
El pontífice expresó con crudeza su parecer: “La polarización no es católica; un católico no puede reducir todo a la polarización… Cuando hay polarización, una mentalidad de división surge y privilegia a algunos mientras deja a otros detrás… Mientras más polarización existe, más se pierde el espíritu católico y más se cae en un espíritu sectario”. El Papa utiliza el término ‘católico’ no como institución sino en su acepción etimológica: universal.
Es decir, que sólo una mirada amplia, universal, tan terrenal como trascendente, puede observar la complejidad de las culturas y sociedades contemporáneas, valorar sus riquezas y conmoverse por sus tragedias.
Lo anterior es una crítica directa a los discursos reduccionistas utilizados por grupos políticos que pretenden manipular el mensaje universal del cristianismo y su compleja dimensión espiritual. Ahora mismo, por ejemplo, en no pocos países, hay personajes políticos ubicados en antípodas ideológicas y pragmáticas que se acusan mutuamente de ser “malos cristianos” o “malos creyentes”. Como si la política fuera el espacio de la defensa de la ortodoxia ritual y religiosa del pueblo.
Quizá por ello, el Papa finalmente zanjó esa larga y profunda confusión de la ideología ‘cristianizadora’ del siglo XX que combatió no sólo espiritualmente al comunismo y al socialismo sino que, pervirtiendose por varias décadas, utilizó todas sus estructuras para cambiar regímenes y operar en las fronteras de la acción diplomática más que en las fronteras del bienestar y la trascendencia de las personas.
Así, sólo quien no se encuentra polarizado, radicalizado o dominado por ideologías políticas es capaz de comprender lo dicho por Francisco en la entrevista: “Si miro el Evangelio sólo desde la perspectiva sociológica, sí, soy un comunista y también lo es Jesús. Detrás de las Bienaventuranzas y de Mateo 25 hay un mensaje que es propio de Jesús. Y eso es ser cristiano. Los comunistas robaron algunos de nuestros valores cristianos. Algunos otros, los convirtieron en un desastre”.
Ya vimos que actualmente hay otros grupos políticos ideologizados al extremo que también están robando valores cristianos y sí, algunos de esos valores los convertirán en desastres.