Teléfono rojo
Para algunos el presidente López Obrador es el gran comunicador; piensan simpatizantes y críticos que su hacer y decir corresponden a un inteligente cálculo para avanzar en su proyecto. Sin embargo, una valoración sin prejuicio muestra que lo gobierna el impulso, sus expresiones con frecuencia obedecen a sus pasiones y, en no pocas ocasiones, a sus temores. La razón para considerar al mandatario como un hábil y eficaz comunicador es el respaldo mayoritario y consistente que revelan los estudios de opinión. No se pueden soslayar los resultados; efectivamente, presenta un significativo acuerdo, aunque más sobre su persona que de los resultados del gobierno; sin embargo, ese consenso mayoritario no necesariamente se produce como un ejercicio colectivo de reflexión sobre su actuación o dichos, deben considerarse las razones para esta aprobación a pesar de los recurrentes excesos y pifias. Efectivamente, el presidente está blindado, pero la explicación no está en las virtudes comunicacionales, sino en la empatía emocional hacia él de un público amplio, que se explica por el débil escrutinio público y el déficit de cultura ciudadana. La población más informada y con mayor educación reprueba al presidente. Uno de sus recursos ha sido abordar en sus mañaneras de manera inesperada temas que le sirven para definir agenda y desviar la atención sobre los de impacto negativo. Sin embargo, en el último tramo no ofrece el resultado deseado; ha perdido control de la conducción temática. En días pasados se refirió a un supuesto golpe técnico de Estado por una eventual decisión de las autoridades judiciales electorales sobre la legalidad de la elección. El presidente abrió así la caja de Pandora sobre los problemas en los comicios por la inequidad de por medio debido a la parcialidad del mandatario. La elección de Estado tiene un posible desenlace: la anulación de la elección presidencial, a la que se suman los territorios donde no podrá haber elecciones en normalidad por la presencia del crimen organizado. El presidente sabe que está en falta grave por la parcialidad con la que ha actuado, la que representa una causal genérica de nulidad al afectar la equidad en la contienda; su desbordada interferencia en el proceso electoral pone en serios aprietos a Claudia Sheinbaum en el supuesto de un triunfo en la elección. Su imprudencia ha abierto los ojos sobre los efectos corruptores del intervencionismo presidencial, como la incapacidad legal del INE para contenerlo o evitarlo. Para muchos, adversarios o no, la elección puede ser anulada. Mucho más si se considera que en muchas partes del territorio nacional no podrá realizarse la elección por la inseguridad y la violencia. Así, el gran estratega de la comunicación ha abierto el tema de la nulidad del proceso electoral que sería desastroso para su causa por dos razones: se probaría y sancionaría la visible trampa política por la parcialidad presidencial, y la nueva elección se realizaría en su ausencia de la presidencia, que cambiaría las coordenadas que dan ventaja al oficialismo. Es evidente que en tales circunstancias López Obrador no se retiraría de la política, pero no es lo mismo sin los recursos que le ofrece la investidura presidencial, además de la polémica que seguiría a la ilegalidad y mal desempeño de su gobierno. El dominio del crimen organizado también abona a la nulidad de la elección presidencial y de las concurrentes, evidente en Guerrero, donde no existen las condiciones para comicios en normalidad, tanto que el responsable de la descomposición y de la connivencia con el crimen, el senador Félix Salgado Macedonio, ya festeja y anuncia el triunfo arrollador del oficialismo y su propia reelección. ¿Quién manda en Guerrero? ¿quién tiene el poder de intimidación o de inhibición de los opositores? Ni duda cabe, es el crimen organizado. A confesión de parte, relevo de pruebas; no existe otro recurso para la legalidad que anular la elección. El presidente López Obrador en el afán de desacreditar, intimidar y debilitar anticipadamente a las autoridades jurisdiccionales en la calificación de los comicios presidenciales, pone sobre la mesa la posible anulación parcial o total de la elección cuando nadie, adversarios ni la corriente ciudadana, habían reparado en el tema. El gran estratega se ha dado un balazo en el pie o, más bien, a Morena y sus candidatos, particularmente a Claudia Sheinbaum. ¿Acaso no advierte el presidente que los votos de los suyos son en los territorios dominados por el crimen organizado?