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CIUDAD DE MÉXICO, 3 de mayo de 2022.- Dolores es danzante otomí-chichimeca del pueblo de San Antonio de la Cal, en el municipio de Tolimán, Querétaro y sabe que, en la cima de la Peña de Bernal, los antiguos veneraban una cruz prehispánica con un círculo en su centro, delimitado por pétalos de flor, labrada en piedra. Lo hicieron hasta que los españoles conquistaron esas tierras semidesérticas y en su lugar colocaron la cruz cristiana.
La veneración milenaria continuó y permanece viva: cada 4 de mayo, los otomí-chichimecas regresan en procesión hasta la cima del peñasco, a casi 300 metros de altura, cargando la cruz cristiana de madera, guardiana de su territorio. Caminan una pendiente que en los últimos 45 metros solo pueden subir hombres entrenados física y espiritualmente: los escaloneros, quienes al final del día colocan la reliquia en el cerro sagrado, junto al único pedazo que quedó de la cruz prehispánica, porque para ellos las dos son la misma.
La peregrinación en ascenso a la Peña de Bernal es el clímax de una fiesta indígena que inicia el 1 de mayo, cuando los fieles bajan de la cima la cruz de madera y la llevan al pueblo de Bernal, en el municipio de Ezequiel Montes, donde es adorada en la fiesta de la Santa Cruz por cientos de peregrinos procedentes de diversas comunidades de Querétaro, principalmente del valle de Tolimán, que incansables, danzan, cantan, rezan y lanzan cohetes hasta el 4 de mayo.
La adoración a la Santa Cruz es una de las festividades comunitarias más importantes de las que constituyen todo un calendario de celebraciones llevadas a cabo en el año por los otomí-chichimecas, en la región sur del semidesierto de Querétaro, que comprende los municipios de Tolimán, Cadereyta de Montes, Colón y Ezequiel Montes.
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