Indicador político
Esta semana, el papa Francisco acudirá personalmente a la capital de Kazajistán para participar del Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales. Será una visita breve pero realmente trascendente por dos razones: por la naturaleza de la reunión y por el contexto geopolítico actual.
Comencemos por el inicio. Esta cumbre de líderes religiosos tiene su origen oficialmente en 2003, fue una convocatoria del entonces presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, a los líderes religiosos del orbe para celebrar los valores comunes de paz y concordia entre los diferentes cultos. Sin embargo, las motivaciones de hacer una cumbre de personajes religiosos nació mucho tiempo atrás; en septiembre del 2001, durante el viaje apostólico de Juan Pablo II a Kazajistán y a Armenia, dos de las ex repúblicas soviéticas (de hecho, tres meses antes el Papa también viajó a Ucrania, otro territorio ex soviético), y tras el encuentro interreligioso en Asís del 2002 que rebosó de representantes religiosos internacionales.
El viaje del 2001 se realizó casi en contra de todas las recomendaciones debido a que sólo habían sucedido dos semanas desde los atentados terroristas en Estados Unidos. De hecho, fue el primer viaje de Juan Pablo II sin Angelo Sodano, el cardenal secretario de Estado, pues en el peor de los escenarios, el Vaticano no quería desestabilizarlo todo.
Los discursos del Papa en el décimo aniversario de la independencia de Kazajistán fueron breves pero dejaron en claro algo: que esta nación tenía la posibilidad de ser ‘eslabón de unión entre occidente y oriente’. Una causa imperiosa porque los vientos de guerra (y peor, de ‘guerra santa’) surcaban buena parte del orbe y motivaban a las alianzas civilizatorias a responsabilizar a las religiones de la barbarie en pleno siglo XXI.
La operación diplomática de Wojtyla y Sodano era casi personal en Kazajistán, Juan Pablo II puso a dos connacionales polacos, Oles y Wesolowski, en la nunciatura apostólica de la nación centro asiática y Sodano colocó a otro polaco, Janusz Kaleta, como auxiliar y obispo en Karaganda mientras se gestaba la guerra norteamericana en Afganistán. Por cierto, Wesolowski y Kaleta fueron defenestrados del orden sacerdotal hallados más adelante culpables de graves delitos, lo que indica que quizá aquellos comprendieron que su función era política más que espiritual.
El congreso de líderes religiosos ha tenido una sola naturaleza y misión: evitar que el terrorismo y las guerras sean justificadas en el nombre de cualquier credo o religión. El encuentro se trata, en el fondo, de una cumbre de paz pero poniendo acento en la responsabilidad de los líderes religiosos mundiales y tradicionales pues aún hoy hay muchas naciones donde la religión sí forma parte constitutiva de sus leyes y su agenda social.
Han pasado 20 años desde aquella crisis geopolítica del 2001; el mundo sigue hoy en conflicto con algunas actualizadas e inquietantes realidades post pandémicas: Estados Unidos finalmente tuvo que retirar sus tropas de Afganistán en agosto del 2021 y los talibanes mantuvieron el poder político-religioso de sus territorios; la incursión militar de Rusia en Ucrania se ha prolongado ya seis meses polarizando al mundo en materia de seguridad internacional e incluso distanciando a las iglesias cristianas orientales; los conflictos étnico-religiosos en África, Medio Oriente y Asia oriental continúan siendo un polvorín para la estabilidad de no pocos Estados-Nación; y, finalmente, las tensiones ideológicas entre China y los Estados Unidos que trascienden a sus respectivos intereses comerciales, preocupan a no pocos.
El contexto geopolítico actual parece exigir la presencia de los líderes religiosos del mundo para nuevamente insistir que ninguna guerra ni ningún acto terrorista debe ser justificado en nombre de ningún credo o religión. Es un tema que impacta directamente en la guerra en Ucrania. De hecho, el patriarca Kirill, líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ha bendecido la invasión de las tropas rusas en territorio ucraniano y hasta ha pedido a la Virgen María que le conceda el triunfo a los soldados del Kremlin; en contraparte, el papa Francisco ha clamado por un alto a la guerra e incluso ha telefoneado directamente al patriarca ortodoxo para convencerlo de que no incite al odio étnico mediante la religión. Así que, desde Kazajistán, nuevamente parece oportuno hacer un llamado de paz entre occidente y oriente.
Al respecto, resulta esclarecedor lo dicho por el director del Departamento de Cooperación Multilateral kazajo, Didar Témenov, a pocos días de la celebración del encuentro: “La misión del Congreso es fortalecer la armonía interconfesional e interétnica en todo el mundo… es muy importante que los líderes religiosos hagan su gran contribución a la promoción del diálogo… La religión desempeña un papel muy importante en la vida de miles de millones de personas aunque, a veces, los desacuerdos políticos incluyan elementos religiosos”.
Ojalá así sea; porque en el escenario habrá una curiosa ‘coincidencia’ más que podría distraer: el próximo 14 de septiembre, el papa Francisco coincidirá con Xi Jinping, presidente de la República Popular China, en la capital kazaja. No se ha revelado si realmente sostendrán algún encuentro pero, de tenerlo, tampoco sería propiamente oficial. En el tintero está la renovación del acuerdo entre Beijing y la Santa Sede en el mecanismo de nombramiento de obispos en la nación asiática y la peculiar situación entre la ‘Iglesia patriótica’ y la ‘Iglesia clandestina’. Otro tema, sumamente delicado.