Indicador político
En uno de los episodios más extravagantes del western norteamericano, se supone que un miserable y desconocido forajido construyó su propia leyenda a través de un macabro regalo: un libro autobiográfico de sus exageradas aventuras forrado con su propia piel curtida y entregado póstumamente a su captor. Es decir, lo único que la historia hubiera recordado de aquel sujeto, sería la aburrida década que pasó en prisión y su consecuente ejecución por los crímenes que había perpetrado; pero el obsequio aparentemente cumplió su cometido e hizo de aquel una leyenda.
Y, sin embargo, al parecer aquella historia también habría sido mentira. La famosa autobiografía sería en realidad una reinterpretación de la confesión del forajido recuperada y escrita por sus carceleros; y la decisión de encuadernar el obsequio con la dermis curtida del infeliz tampoco habría sido suya. En todo caso, el objeto-obsequio se ha convertido en un símbolo de una época y en propaganda de la idea del “viejo oeste norteamericano”.
Ahora bien, en medio de la actual guerra disputada en territorios eslavos de la Europa Oreintal (y patrocinada por los industriales del armamentismo global), el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, –durante su reciente gira para agradecer y solicitar más patrocinio de mercenarios y recursos bélicos– llevó al pontífice de la Iglesia Católica un regalo que, si no es formalmente macabro, sí constituye una pieza de propaganda belicista de las que no se habían visto desde las grandes guerras del siglo XX.
Zelenski entregó al papa Francisco una pieza “artística” que se conforma de una placa balística (del tipo de metales usados en muros contra impactos o chalecos antibalas) la cual ha sido destrozada y traspasada por un proyectil; detrás de los fragmentos fulgura un fondo carmín y la representación de la Virgen María coronada, con ambos brazos abiertos y sobre ellos, seis brotes rojos adornan el manto. La imagen mariana está inspirada en el ícono de la Protección de la Madre de Dios, un símbolo religioso de los eslavos orientales muy vinculado a la historia de sus pueblos pues evoca la permanente intercesión de la Madre de Dios por sus hijos necesitados y la protección que les brinda con el símbolo de su velo extendido sobre ellos.
Sobre la negra placa balística y el soporte del objeto, lucen gotas chorreantes de bermellón oscuro que simulan la sangre derramada por el pueblo ucraniano; y, si no fuera lo suficientemente explícito, un par de brochazos con los brillantes colores de la bandera ucraniana rematan el regalo que Zelenski llevó al pontífice. Un claro gesto maniqueo que alude a la adhesión política, económica y moral al bloque occidental que Volodimir desea por parte del Vaticano al esquema de patrocinio bélico que hoy alimenta la máquina de la guerra. Bergoglio obsequió por su parte al presidente ucraniano una efigie de una rama de olivo en bronce, símbolo de la paz que recuerda el momento en que las aguas del diluvio universal retrocedieron mientras los seres de la Creación sobrevivían en el arca.
Es claro que Moscú ha hecho propaganda bélica religiosa igualmente cínica que la que el líder de Kiev ha decidido llevar a todo el mundo; el problema es que los acontecimientos en Ucrania continúan la ruta de un escalamiento mundial del conflicto con la participación de decenas de naciones a través de sus propios intereses económicos y de búsqueda de influencia política en el concierto de la seguridad estratégica global. En este contexto, la historia nos enseña que todo conflicto polifónico e irresoluble, aliñado con identidades religiosas fanáticas, despierta terribles pasiones.
Hasta donde se reportó, el papa Francisco sólo se interesó en reiterar su deseo de ser mediador para lograr el fin de la guerra y en su urgente llamado para atender a todas las víctimas de este conflicto; víctimas que unos consideran héroes y otros villanos, pero que para el líder católico sólo tienen un apellido: “Hijos de Dios”.
A los líderes políticos y a los fanáticos de las guerras, a Zelenski y a Putin que van por el mundo mendigando y negociando por armas para matar a sus prójimos quizá sólo quede recordarles ese poema de José Emilio Pacheco llamado ‘El emperador de los cadáveres’ que dice: “El emperador quiere huir de sus crímenes / pero la sangre no lo deja solo. / Pesan los muertos en el aire muerto / y él trata (siempre en vano) de ahuyentarlos. // Primero lograrían borrar con pintura la sombra / que arroja el cuerpo del emperador / sobre los muros del palacio”.
Ojalá termine todo patrocinio armamentista de la guerra y ojalá se denuncie y se rechace toda propaganda bélica, incluso aquella que se disfraza de devoto regalo.