Indicador político
Arturo Zárate Vite
La “odiosa” transparencia
La transparencia nunca ha sido venerada en los hechos por el servidor público, solo
de dientes para afuera. A cualquiera que le pregunten si está abierto a que le revisen
lo que hace y no hace, lo que gasta y no gasta, su respuesta será inmediata,
categórica y afirmativa.
En la declaración, en los dichos, todos están de acuerdo con la transparencia en tanto
no sean ellos los transparentados. Si de verdad existiera la cultura de la
transparencia, no habría ni necesidad de contar con organismo autónomo para
combatir la opacidad.
Los gobiernos, los servidores públicos, deberían ser transparentes por naturaleza,
conscientes de que manejan recursos ajenos, dinero que no es suyo sino de la
sociedad que paga impuestos.
Trabajar en caja de cristal. Sus acciones a la vista de los gobernados, para que
prevalezca la confianza sobre el manejo que hacen del presupuesto, certeza de que
cada peso está bien gastado, reflejado en diversidad de obras en beneficio de la
comunidad.
Prácticamente ninguna autoridad deja satisfechos con su primera respuesta a los
interesados en transparencia. El camino establecido a través del Instituto Nacional de
Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) es
largo. Puede llevar semanas, meses y hasta años la obtención de la información
solicitada.
Es común que la información entregada sea incompleta, así que el peticionario deberá
de interponer lo que llaman recurso de revisión. La autoridad podrá alegar que su
información es reservada y por lo mismo no la puede dar a conocer. En ocasiones
también es común, el pretexto de que la información requerida no obra en sus
archivos. Son actitudes que se repiten y vuelven tortuoso el mecanismo de
transparencia. Hay autoridades que optan por ampararse con tal de no dar
información y otras que se desentienden de lo que se les pide, dicen que no es de su
competencia.
La resistencia a dar información no es exclusiva de una institución, partido o gobierno,
del color que sea. Temen que sea usada para descrédito de oficinas públicas y
funcionarios.
Valdría la pena explorar otras formas para garantizar la transparencia, porque hasta
ahora el INAI no ha sido suficiente. Los entes obligados a dar información se han
especializado en evadir requerimientos. Faltan rectitud y moralidad. Hacer lo correcto,
lo que establece la ley.
Se ha burocratizado la transparencia y los legisladores no se han ocupado en
perfeccionar las reglas para que la obtención de la información sea mucho más
simple, inmediata y precisa.
En los hechos hay conformismo porque en el fondo nadie quiere ser transparentado.
Las declaraciones políticas son partidarias de la transparencia, la exigen porque eso
adorna a cualquier servidor. No existen los pronunciamientos en contra, todos a favor.
Hoy el reclamo opositor ha subido de tono porque tres comisionados del INAI ya
culminaron su periodo y el organismo autónomo en esas condiciones no puede operar
al cien.
Se truncó el proceso que ya había nombrado a dos comisionados, fueron vetados por
el Ejecutivo al dudar de su imparcialidad y en el Senado no hay prisa por reponer el
trámite.
El impasse forzado debería aprovecharse para elaborar iniciativa que haga efectiva la
transparencia, sin resistencias de nadie.
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