Indicador político
Muy poca divulgación recibió la Carta Apostólica del papa Francisco publicada el 19 de junio pasado para conmemorar los 400 años del nacimiento del pensador francés Blaise Pascal. El texto quiso celebrar a este matemático, físico y filósofo pero, en las breves líneas del pontífice se encuentran primordialmente reflexiones y aportaciones sumamente actuales para entender diferentes conflictos contemporáneos.
Francisco presenta a Pascal reconociendo sus enormes aportaciones a las ciencias exactas y a la apologética cristiana, pero prefiere centrar su mirada en la condición histórica y la contribución social del pensador. Dice el Papa que los progresos de su época y el escepticismo filosófico y religioso no minaron la voluntad de Pascal por saber, por ser un inquieto y auténtico “buscador de la verdad”.
Así, por ejemplo, Francisco exalta la participación del intelectual y científico en la creación del primer transporte público de la historia o en su radical expresión de servir a los pobres y morir en su compañía. Es decir, más allá de las exquisiteces técnicas o teológicas del famoso personaje, el pontífice considera a Pascal como un hombre con una “actitud de asombrada apertura a la realidad” y un hombre de fe que no reniega de su contexto sino que, al intentar conocerlo y descubrirlo, piensa y actúa en consecuencia.
Sin embargo, el Papa ha aprovechado hablar de este inmenso personaje histórico para plantear reflexiones contemporáneas ante los retos de la sociedad posmoderna: el fin de la ‘gran narración’ o el final del ‘metarrelato histórico’, la deconstrucción de todo sistema (por tanto de toda organización, principio y orden) y, primordialmente, el drama de la fragmentación, de la conciencia desgarrada y de la ruptura entre la razón y la realidad.
No lo menciona en la Carta, pero el pontífice intuye que una humanidad sin historia, sin principios de orden e impedida de relacionar la realidad con el pensamiento plantea profundos desafíos contemporáneos. Eso sí, considera que estas condiciones históricas generan diferentes reacciones entre los creyentes; dos que le preocupan: el neopelagianismo y el neo-gnosticismo.
Mucho antes de este texto del Papa, la Congregación para la Doctrina de la Fe había publicado una carta a los obispos católicos sobre tendencias actuales de pensamiento que se asemejan a dos antiguas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo: “En nuestros tiempos, prolifera una especie de neopelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás… y un cierto neo-gnosticismo que presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo, que consiste en elevarse con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida”.
Ambas cartas no pudieron llegar en un momento más oportuno porque las más diversas áreas de la experiencia humana contemporáneas padecen terribles conflictos y resurgen grupos y liderazgos de dureza ideológica y autopercepción mesiánica. En la política, la economía, la educación, el desarrollo cultural, la justicia social, la construcción de paz, la cooperación, la solidaridad, el cuidado del ser, la dignidad humana y la ecología integral no faltan los personajes o movimientos que pretenden erigir sus ideas como certezas absolutas e indiscutibles que deben ser impuestas a todos.
Francisco recoge de Pascal el planteamiento de que “la búsqueda de la verdad es una tarea que no termina en esta vida” y que “fuera de los objetivos del amor, no hay verdad que valga la pena”; de este modo, sin juzgar con dureza, el pontífice advierte a todos los afectos del radicalismo institucional y racional que, sin desanimarse a continuar construyendo y pensando, deben reconocer que la respuesta a las inquietudes contemporáneas no están ni las puras fuerzas del individuo, ni las estructuras meramente humanas; ni en la completa abstracción del ser. La respuesta, por supuesto, no está fuera de la divinidad tanto como no está separada de la existencia de los otros, del prójimo, de la realidad y del mundo.
Esta reflexión de Francisco es, insisto, oportuna; porque frente a los muchos desafíos actuales, no pocos políticos, industriales, ecónomos, sociólogos, psicólogos y hasta ministros de culto parecen ofrecer radicales certezas ideológicas y endurecidos pensamientos inamovibles: doctrinas sustentadas en ideas no en la realidad, políticas de identidades caprichosas, volátiles, pulverizadas, vanas e interesadas, aisladas de la verdad y, por tanto, de la humanidad.