Indicador político
Sin duda hay que dar tiempo para que cada detalle de la información sobre el estado de la Nación mexicana vertida por López Obrador en su 4to Informe de Gobierno sea verificada o refutada; es un ejercicio natural y necesario de la ciudadanía democrática el contrastar los discursos políticos con la realidad. No obstante, sí hay un par de cosas que vale la pena comentar de la pieza de oratoria del presidente.
Lo primero, el sitio. Como escenario de su discurso, López Obrador eligió las escalinatas del Palacio Nacional con el mural de Diego Rivera ‘La epopeya del pueblo mexicano’ como marco de su relatoría. La obra, lo sabemos, es dramática. Representa el tortuoso andar del pueblo mexicano a lo largo de su historia desde sus contrastes cosmogónicos e ideológicos.
Retrata el camino de un pueblo flagelado, siempre bajo vaivenes de poder y dominación en las diferentes etapas de la configuración nacional, Rivera simplificó la historia mexicana pasada por guerras, conflictos y agudísimos períodos oscuros. Es un mural que articula la historia nacional exclusivamente bajo alegorías de lucha, de educación y de trabajo; su narrativa es la resistencia y la subversión política ante cíclicas amenazas de opresión.
Lo segundo es la construcción del discurso de López Obrador. El presidente usó 45 minutos para dar un mensaje condensado; el cuerpo central del mismo fueron datos y perspectivas de su administración desde diferentes estadísticas e indicadores. Nada distinto de otros informes, de otros presidentes: cuentas alegres y cifras que buscan significar avance. Sin embargo, son las frases del inicio y su feroz remate discursivo lo que constituyen esos cinco minutos que nos llaman la atención del 4to Informe de Gobierno.
El escenario, ya lo decíamos, empata con lo que llevaba el presidente en sus párrafos. La narrativa compartida entre imagen y discurso es la resistencia, la lucha del pueblo ante inmensas amenazas (en nuestro 2022, la pandemia de COVID-19 y la crisis económica); además, la promesa del futuro es la alegría, el bienestar, fruto del pueblo mítico que toma conciencia de clase.
En el mural nadie sonríe realmente, no hay felicidad. Los rostros del pueblo, cuando no sufren, agonizan; casi siempre expresan enfermedad, sumisión o inconformidad; sólo los líderes muestran esa serenidad casi inmutable, como si se supieran trascendidos en la historia. Entonces López Obrador habla sobre “la odisea en pos de la felicidad del pueblo” y las imágenes parecen insistir al respetable de que, en efecto, tal felicidad no se ha alcanzado en el pasado. Pero el presidente afirma que es posible la felicidad y la prosperidad de la patria; y, al decirlo, al igual que los imperturbables rostros de los líderes inmortalizados por Rivera, se identifica con ellos: “Ahora poseo más aplomo y serenidad que antes”, afirmó.
El discurso de López Obrador habla al pueblo que puede reconocerse en aquel sojuzgado y herido del mural y le ofrece una primera alegría: “Aunque no ha habido crecimiento, sí hay mejor distribución de la riqueza en México… los más pobres vieron crecer sus ingresos”. Después de esto viene el discurso tradicional de enumeración de datos en economía, infraestructura, educación, seguridad, política social y política exterior.
Para documentar el optimismo, el presidente hiló en 20 sentencias (más cercanas a la consigna que al argumento) el cauce de la transformación fruto de su sexenio: Ya no domina la oligarquía; no se tolera la corrupción ni la impunidad; no hay privilegios fiscales; no hay lujos en el gobierno y hay funcionarios honrados y austeros; México recupera prestigio mundial; el Estado dejó de ser violador de derechos humanos; hay distribución más justa de la riqueza; hay formal pensión a adultos mayores, se apoya a discapacitados y a estudiantes de bajos recursos; la educación y la salud no son privilegios sino derechos del pueblo; se lucha contra el racismo, el clasismo y la discriminación; se ha reducido la incidencia delictiva; hay poca protesta social y laboral; hay libertad de expresión y derecho a disentir; el gobierno no participa en fraudes electorales; hay autonomía de poderes de la federación; el peso no se ha devaluado; hay reservas en el Banco de México; hay libertad religiosa que convive con el Estado laico; se demuestra que la mayor riqueza del pueblo es su honestidad; y México es de los países con mayor riqueza cultural en el mundo.
Cada una de estas frases habla a diferentes perfiles de audiencias en el país, y parece incorporarlas; como si todo el país cupiera en aquel párrafo tanto como toda la historia de México pareciera caber en el mural de Rivera.
Esto es lo más interesante del 4to Informe presidencial: la cualidad pedagógica de López Obrador. Porque la narrativa es mucho más que sólo palabras e ideas hiladas; porque el discurso y el metadiscurso no sólo buscan hacerlo ‘lucir bien’ (de hecho, dio todo el discurso ligeramente inclinado y encorvado) sino que logran sintetizar su proyecto transexenal. Y eso es más difícil de lograr; díganselo a la oposición si no.