Indicador político
“Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos” Simón Bolívar
La evolución del líder opositor de antaño al tirano en que se ha convertido hoy Andrés Manuel López Obrador no es una incongruencia: antes, este expriísta irredento luchó por el poder y para ello denostó a todos los gobernantes del pasado y ofreció lo que el pueblo quería escuchar. Hoy no quiere dejar el poder y para ello aduce la continuidad de un proyecto que sólo él conoce, como redentor legítimo y natural del pueblo, de manera grandilocuente pelea en contra del “conservadurismo”, genérico que aplica a todo aquello que se opone a la imposición de su voluntad personal.
Para el temerario opositor conocido por sus ímpetus verbales, el Ejército debía mantenerse ajeno a las tareas de seguridad pública, el candidato de Morena a la presidencia prometió un gobierno civilista, la inseguridad se combatiría desde sus causas, con políticas sociales en contra de la pobreza, creando empleos, oportunidades para jóvenes… López Obrador era contrario a darle mayores facultades al Ejército, y apuntaba como riesgos la creciente violación a derechos humanos, mayor pérdidas de vida, “eso no le conviene ni a la misma institución militar”, sostenía.
Pero ahora, ante la descomunal descomposición nacional por la violencia que no alcanza a detener su gobierno, López Obrador en lugar de reconocer el fracaso de su política de seguridad y convocar a todos en delinear una nueva estrategia, quiere pasarle íntegra la responsabilidad de la seguridad pública al Ejército.
Esta determinación lo pintó nítidamente, podría figurar en un Manuel de cómo ejercer el poder en forma autoritaria, sería mediante decreto o un convenio del Ejecutivo, porque la oposición conservadora seguramente impedirá la aprobación de su nueva reforma constitucional para hacer que la Guardia Nacional dependa de la Secretaría de la Defensa Nacional.
AMLO externó que el Congreso no impedirá que administrativamente se logre pasar la seguridad a mandos castrenses, mismos que ya resuelven la cuestión operativa. El voluntarioso mandatario aseguró ” no voy a rendirme…me asiste la razón”.
La andanada en contra no se hizo esperar. juristas, organizaciones civiles, colectivos, académicos, etc. llaman a la ciudadanía a hacer que el presidente respete la Constitución y las leyes, la seguridad pública debe mantenerse en mandos civiles, el Ejército responde a otras prioridades, ya de por sí, cuestionaron, ha sido desmedido el incremento de atribuciones que se le han conferido, en detrimento de su misión como garante de la integridad, la independencia y la soberanía de la nación.
El jefe del Ejecutivo invocó al Poder Judicial para que intervenga si cree que el Ejecutivo vulnera a la Constitución. Sólo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación no es muy confiable, pues presenta ya un rezago en la resolución de siete controversias por actos impugnados en contra de la Guardia Nacional. La falta de diligencia es interpretada por especialistas como sumisión frente al Ejecutivo.
Creo que en el mandatario tabasqueño se cumple la frase: infancia es destino. Nacido en Tepetitlán, municipio de Macuspana, en Tabasco, biografiado por Enrique Krauze como “El mesías tropical”, ya desde niño sufría de una rara enfermedad, cita el historiador y ensayista, que “sus biografías oficiosas contendrían datos interesantes sobre su carácter temprano. ´Fue un niño muy vivaracho –recordaba su padre– pero tenía una enfermedad: no se le podía decir nada ni regañarlo, porque se trababa.’ Existen abundantes citas sobre su temperamento corajudo, malicioso y burlón. https://enriquekrauze.com.mx/el-mesias-tropical/
Como sea, casi concluimos el cuarto año del gobierno de AMLO y pareciera que todos quienes le rodean temen la reacción de aquél niño voluntarioso que, hoy investido del inmenso poder presidencial, pudiera enojarse o hasta trabarse ante la negativa de quitarle la naturaleza constitucional civil a la Guardia Nacional. ¿Habrá quien lo enfrente con argumentos, pese a sus argucias por todos conocidas y padecidas de pausar sus expresiones, chasquear la lengua, torcer la boca o la mirada?
Estamos ante una encrucijada en la que nos ha colocado el presidente de la República, amo de explicar sus contradicciones con su muy personal y sesgada narrativa, el mismo que prefirió la austeridad de ocupar como sede oficial el esplendor y lujo de Palacio Nacional y despreció por ser fastuosa rémora de los gobiernos neoliberales vivir en la residencia oficial de Los Pinos.
El mismo AMLO, que denostaba a los corruptos de la mafia del poder por sus excesos al disponer de casas blancas, valga el genérico para referirnos simbólicamente a los bienes que son muestra de ser sospechosas dádivas de particulares a cambio de favores del gobierno, y que se enojó hasta el paroxismo con periodistas antes afines a él, sólo por transparentar la existencia de la Casa gris que puso en evidencia que, al igual que ayer, hoy los juniors, como José Ramón Beltrán, reciben canonjías y prebendas.
Y qué decir de la señora Beatriz Gutiérrez Muller, quien humildemente rechaza ser llamada primera dama, pero desarrolla un protagonismo sin precedente en representaciones diplomáticas en el exterior. Por cierto, me recuerda al senador chiapaneco Manuel Villafuerte Mijangos, quien fue un crítico contumaz de que las o los consortes de los ganadores de un puesto de elección popular ejercieran cargos públicos, cuestionaba en una iniciativa de su autoría: ¿quién los eligió a ellos, por qué se les paga con recursos del erario?
Otro caso es el más pequeño de los hijos, Jesús Ernesto, quien a sus 15 años viaja solo, recién fue captado en el Aeropuerto de Londres, recibiendo el apoyo de la mismísima embajadora Josefina González-Blanco Ortiz Mena para documentarle y hasta cargarle su mochila. Nooo, si no son iguales, como suele decir López Obrador, pero en los modos quienes detentan el poder en México, sí se parecen mucho.
Ayer escuchaba a la historiadora Soledad Loaeza comentar sobre la “disruptiva presidencia de Andrés Manuel”, quien “tanto repite que es diferente a todos los otros gobernantes que pareciera querer convencerse a sí mismo, pero lo más preocupante es su desprecio por la ley tal y como existe y su disposición a manipularla según su conveniencia”.
Ahora, cuando sus afanes están puestos en la sucesión, el presidente quiere incorporar de pleno a la Guardia Nacional al Ejército, dicen algunos analistas, busca cobijar a este cuerpo malhadado (sólo cuenta con aprobación del 40%) con el prestigio de las Fuerzas Armadas, que, al menos en percepción pública, recibió 80% de aprobación.
La Guardia Nacional, a más de tres años de haberse creado con el apoyo unánime del Congreso, cuenta ya con 118 mil elementos, 341 instalaciones y un presupuesto de 60 mil millones de pesos anuales, pese a ello no logra controlar la violencia: ya rebasamos los 110 mil homicidios en el gobierno de la 4T.
A la hora de hacer un balance, muchos aprecian al Ejército bueno, al que se viste de gala, el que organiza y participa en los desfiles, el que apoya a los habitantes en casos de desastre. Muchos parecen olvidar el otro Ejército, el usado por gobernantes para reprimir movimientos opositores, el que cometió crímenes de lesa humanidad en 1968 y al que no se ha podido enjuiciar ni castigar porque tampoco se han podido esclarecer asesinatos, torturas, violaciones y desapariciones forzadas, en los que sí estuvo involucrado.
Los mexicanos estamos obligados a vigilar que ese Ejército, el que obedece a ciegas a su comandante no regrese, y mucho menos se encargue de la seguridad pública.