Libros de ayer y hoy
No se sabe con claridad cuál es la mayor amenaza que enfrenta el país. Si es el crimen organizado, el arribo de Trump o la complacencia social por el estado de cosas. Lo peor de todo es que los tres problemas se entreveran para hacer del futuro un gran problema porque se han debilitado o eliminado las instituciones; las libertades acusan una merma, especialmente la de expresión por la autocensura; la oposición está en su más bajo nivel, y los factores de poder incapaces para contener el abuso o los excesos de poder. La resultante es que los problemas de siempre persisten como es la impunidad y la desigualdad, a los que se agrega la violencia en todas sus expresiones.
Ha sido un acierto de gobierno cambiar la estrategia en el combate al crimen organizado y todavía más que quien coordine los esfuerzos institucionales sea un civil. Revertir la situación requerirá tiempo, persistencia y claridad de objetivos. No todo el territorio está sometido al flagelo del crimen, pero son cada vez más los lugares en tales condiciones y hay municipios y entidades en las que la ausencia de autoridad es la realidad y el crimen se sobrepone o se impone a las autoridades.
Se dejó pasar demasiado tiempo. La tragedia por la violencia no remite al inicio del gobierno de López Obrador, sino mucho antes. El origen del problema no es la pobreza o la desigualdad, es la impunidad y no hay gobierno que pueda excluirse de tal insuficiencia. El incentivo es claro, se puede intimidar, maltratar o asesinar y no hay sanción consecuente; si acaso hay detención, la liberación ocurre por indebida gestión ante el Ministerio Público y, eventualmente, ante el juez, casi siempre local. El efecto de oprobio es que uno de 100 de los asesinos llega a la sentencia corporal. Tragedia nacional. Coahuila, Querétaro o Yucatán son la excepción y por algo allí la inseguridad tiene una diferenciada expresión, los asesinos son llevados a la justicia y son sentenciados, como ocurre en cualquier país civilizado.