
Enferma a médicos síndrome del agotamiento, alerta especialista
CULIACÁN, Sin., 8 de marzo de 2025.- Marisol Lizárraga estuvo ahí en el momento que la violencia rebosó a La Noria. Le dio tristeza ver a su pueblo así, con tiroteos y muertos, con sus vecinos escondidos en una especie de estado de sitio.
“Por las tardes en La Noria no había ninguna actividad. La gente se encerraba. Era un estado como de sitio para todos, incluso había semanas que no había clases en la comunidad y ni los niños salían a convivir. Entonces empezamos a trabajar en el espacio público, a apropiarnos de él. Hasta hace poco me di cuenta de que eso fue lo que hicimos”.
Era 2009, uno de los tantos años violentos de Sinaloa. Su hija tenía 6 años de edad. Y Marisol creyó que aquel lugar no era para ella. La niña necesitaba un espacio sano para desarrollarse. Entonces las dos salieron a la calle con mesas y sillas a promover la lectura. Poco a poco fue conformándose un nutrido grupo de menores, amigos de si hija, compañeros de escuela, vecinos.
“Era muy impresionante ver las calles desoladas, ver cómo la gente ni salía. Y vernos ahí en la plazuela en todo ese escenario. Yo sabía que nada malo nos iba a pasar porque nosotras estábamos en otro ambiente. Yo así lo sentía. Y siempre hubo esa parte de respeto a lo que hacíamos”, dijo.
“La gente me tuvo confianza y llevó a los niños. Era un grupo pequeño donde fomentábamos la lectura, la escritura, la pintura, la identidad, la pertenencia al pueblo. Sesionábamos una vez a la semana y después todos los días”.
Luego rentaron una casona y ahí se desarrolló en forma el proyecto de la sala de lectura Felipa Velázquez. Marisol solo tenía la secundaria. E hizo la prepa y luego se convirtió en maestra de Educación Especial. Estuvo ahí para ayudar a los demás y para echarse sobre los hombros a casi toda una comunidad.
Reconocida por la sala de lectura para niños y jóvenes en medio de una época de violencia extrema y un Museo Comunitario, ahora dice que los proyectos están en pausa porque ya no radica en su pueblo, al que solo visita los fines de semana.
“Todo se dio en el tiempo preciso. A lo mejor estaba ayudando a los demás, pero también estaba ayudándome a mí misma. Creo que son procesos que van implícitos, de la mano. Lo más importante no es ayudar, sino enseñar a otros a ayudar. Darle continuidad a esto, formar a gente líder. Que haya gente detrás de ti por si faltas y el proyecto continúe”.
La otra parte de su labor la plasmó en ese mismo tiempo en la Asociación Civil Ciudadanos de La Noria y el Tianguis Artesanal que da trabajo a muchas mujeres. Y esos proyectos caminan solos, liderados como ellas mismas y actualmente sostienen a muchas familias.
Hace un año instaló una sala de lectura en la comunidad de San Marcos y hay un grupo de niñas, y en el poblado de Santa María llevó acervo a los niños desplazados por la construcción de la presa.
Marisol Lizárraga dijo que estas son las semillas que más le enorgullecen en su quehacer altruista, ese mismo que solo la violencia potenció porque fue en esos tiempos complicados cuando se propuso hacer algo para no dejarse envolver por el miedo que sentían todos. Y porque buscó un mejor espacio para su hija que ahora en Mazatlán estudia violín.
“Por mucho tiempo hice esta labor y al mismo tiempo me preparaba para estudiar, terminar una carrera”.
Hoy Marisol ya tiene concluida la preparatoria, estudió la licenciatura en Educación y tiene una maestría y diplomados. Es maestra de secundaria en Mazatlán y en puerta tiene tres círculos de lectura entre sus alumnos. En reconocimiento a su trayectoria en 2024 le entregaron el premio estatal Agustina Ramírez al mérito social.
Marisol Lizárraga es coordinadora nacional de las mesas de Cultura de paz del Programa Nacional de Salas de Lectura, y también es una mujer más plena, algo que no cambia por nada.
“Si volviera a nacer otra vez quisiera ser mujer. Creo que es el ser más completo, importante en el universo es una mujer”.