Indicador político
Una de las más dramáticas fábulas de Esopo cuenta la tragedia de un águila que, mientras se encuentra en pleno vuelo, es herida mortalmente por una flecha. El ave, al caer al suelo y revisar el proyectil que le ha dado muerte, descubre que un elemento indispensable para el ascenso de esa saeta fue justamente una de sus propias plumas.
La fábula del águila y la flecha es una historia oscura y cruel; y su moraleja es aparentemente simple: con frecuencia le damos a nuestros enemigos los medios para nuestra propia destrucción. Por lo tanto, la enseñanza de la historia puede tener varias interpretaciones en la vida cotidiana: cuidarnos de no dejar atrás a nadie ni a nada, por insignificante que nos parezcan; y desconfiar de lo que se parece demasiado a nosotros.
Cada vez que el mundo entra en una sistemática reacción militarizada me parece importante volver a aquella fábula. En el complejo tejido de las relaciones internacionales, los conflictos son un elemento siempre presente y a menudo tienen el potencial de escalar hacia la agresión o la abierta acción bélica.
El mundo actual es testigo de una multitud de conflictos geopolíticos que tienen el poder de moldear completamente el curso de la historia pero no podemos perder de vista el drama íntimo y personal de las víctimas de la colisión de intereses o de la guerra. En los proyectiles, tristemente, se encuentran las huellas de ese miedo y odio que sentimos frente a los otros; como en la fábula, el rostro de nuestra propia humanidad se encuentra tallado en las armas que nos dan muerte.
Hoy, la geopolítica moderna se caracteriza por una imbricada red de intereses en competencia, ideologías en conflicto, dinámicas de poder y juegos propagandísticos. Uno de estos ejemplos ha sido la colisión político, económica, territorial, racial, genealógica y hasta religiosa entre Ucrania y Rusia que ha dado cauce a anexiones, invasiones, intervenciones, devastaciones y fortificaciones a través de formales actos bélicos o mediante movilizaciones de mercenarios a sueldo de sus respectivos aliados. En el fondo, la guerra tiene objetivos territoriales y estratégicos, bienes que se encuentran en conflicto y que desean ser obtenidos mediante tácticas agresivas, tanto armamentísticas como económicas. Pero también tienen objetivos propagandísticos para que ciertos grupos humanos ‘justifiquen’ la aniquilación de otros grupos humanos.
Y, en la última semana, es claro que los actos de terror cometidos en los territorios palestino-israelíes reflejan también esas diversas capas de lucha de poder, control, despojo y discriminación; las ideas de superioridad del propio bando y de desprecio del bando ajeno no nos son desconocidas y quizá por ello mucha de la opinión pública es manipulada para orillarse a uno de los extremos. En efecto, en estas situaciones difícilmente se puede guardar neutralidad; ya sea por nuestra historia personal o por la adulteración mediática, decidimos apoyar a un bando, justificar los crímenes… hasta que vemos nuestro propio rostro grabado en las armas que aniquilan al prójimo y que incluso tienen potencial de agredirnos a nosotros mismos.
Es evidente que aunque los conflictos bélicos se expresen en otras regiones del planeta, hoy se manifiestan de formas nada sutiles en las dinámicas económicas e ideológicas de todo el orbe. Por ejemplo, más allá de las disputas comerciales, las colisiones de intereses geopolíticos, cambian las condiciones financieras del mercado global. Los juegos económicos entre aranceles y sanciones internacionales que casi siempre vienen como precursores o efectos de los conflictos bélicos no tienen sino el interés de socavar la economía de ciertas naciones y, evidentemente, desestabilizar sus estructuras político-sociales.
No podemos sustraernos de los conflictos geopolíticos ni de sus preceptos ideológicos o de sistemas políticos opuestos; y tampoco podemos tranquilizarnos porque los actos bélicos ocurran a miles de kilómetros de distancia. Los conflictos bélicos se han dispersado en todo el orbe gracias a mecanismos de información global y economías interdependientes. A medida que surcamos por este complejo cielo, es esencial reconocer el potencial de agresión en los conflictos y trabajar en la prevención de los mismos más que en la respuesta, ya que las consecuencias de las agresiones pueden tener implicaciones de largo alcance para nuestra comunidad global y evidentemente, para nuestra comunidad local.