Poder y dinero
Al concluir este agosto, el papa Francisco ha confirmado su participación en dos eventos que provocan pura expectación en el mundo católico: el Consistorio para la creación de veinte nuevos cardenales en Roma y la celebración del ‘Perdón Celestiniano’ en L’Aquila el mismo fin de semana. Una inusual agenda pontificia llena de simbolismos históricos que inquietan e inducen a la imaginación de no pocos vaticanólogos.
Vamos por partes, el 29 de mayo pasado el Papa anunció la realización de su octavo Consistorio este 27 de agosto en el que originalmente crearía a 21 nuevos cardenales para la Iglesia católica universal (el obispo belga, Lucas van Looy, declinó la nominación y distinción cardenalicia). En un primer momento, algunos perfiles de los nuevos purpurados llamaron la atención mediática debido a su origen, sus edades y sus trayectorias ministeriales: cuatro de ellos menores de 60 años que son pastores muy lejanos a Europa y, por ende, a los palacios apostólicos.
Si bien es cierto que el papa Francisco ha sido generoso para otorgar birretes cardenalicios a notables obispos o sacerdotes de todas partes del mundo cuyas largas y fecundas trayectorias los hacen ‘merecedores’ de la máxima distinción eclesiástica; es claro que estos varones, ya en la senectud y por sobrepasar los 80 años, no pueden ser electores en un potencial Cónclave de elección papal.
En contraste, con este consistorio, durante su pontificado Bergoglio habrá nombrado a 25 cardenales que podrían votar por el próximo pontífice en cualquier cónclave que se realice de aquí al 2032, nueve de ellos lo podrían hacer hasta el 2045 y uno (Marengo), que -si la Providencia lo preserva o no sale electo Papa antes- podría tener derecho a elegir pontífice hasta el 2054.
Es decir, muchos de los jóvenes cardenales de Francisco miran al futuro profundo; varios de ellos son ‘periféricos’ originarios de América, África o Asia; y en el cuadro completo de cardenales electores (con una edad promedio de 72 años) se advierte una consistente pluralidad de orígenes, congregaciones y ministerios.
En el segundo semestre de este 2022, la salud del papa Francisco (de 85 años) comenzó a ser una noticia permanente. No sólo por la operación a la que fue sometido en 2021 sino por la cancelación de algunas de sus actividades y viajes así como las apariciones públicas del pontífice en silla de ruedas en junio pasado. Los rumores de una posible renuncia papal o un próximo Cónclave han acelerado las candidaturas de los ‘papabili’ y abierto las especulaciones de un pontificado post-bergogliano.
Así que este consistorio es un momento de gran relevancia porque no sólo se afina el perfil, origen y estilo de los llamados ‘príncipes de la Iglesia’ (cuya principal cualidad en la estructura eclesial es la de superar las fronteras políticas y humanas) sino quizá del propio perfil del próximo pontífice. Esto es algo que el propio Francisco parece también prever.
Y de eso va el segundo singular evento en el que Francisco participará antes de concluir el mes. Se trata del ‘Perdón Celestiniano’, una relevante y sumamente simbólica celebración en el corazón de los montes Apeninos que se realiza cada 28 de agosto.
El origen de la fiesta es la proclamación de la ‘Bula del perdón’, un documento pontificio promulgado por el papa Celestino V en 1294 que concede la indulgencia plenaria a todos los peregrinos que acudan a la Basílica de Santa Maria di Collemaggio en L’Aquila.
El papa Francisco acudirá a esta peregrinación el domingo prácticamente sin dedicarle tiempo a los cardenales reunidos en Roma para el consistorio del día anterior; y, por el contrario, destacará a la figura del singularisimo Celestino V, el primer Papa que renunció.
Celestino V (de nombre secular Pietro Angeleri del Morrone) es quizá uno de los personajes más peculiares de la historia pontificia. El anciano ermitaño fue elegido, sorpresiva e inquietantemente, por unanimidad en medio de severas confrontaciones entre ‘bandos’ cardenalicios el 7 de julio de 1294. Como apuntó Peter Herde en ‘La enciclopedia de los Papas’, parecía que los cardenales, incapaces de elegir entre una de las dos familias poderosas que se disputaban el papado durante dos años, resolvieron elegir al monje eremita Pietro: “[En el compromiso de los bandos influyó] el pensamiento secreto de elegir un candidato como solución de transición, eligiendo a un ermitaño inexperto, muy avanzado en años, que prometía convertirse en un Papa no demasiado severo. Ciertamente fue una decisión sin sentido, porque Pietro carecía de todas las condiciones para dirigir con éxito la Iglesia: no tenía conocimiento del complicado aparato curial, ni del derecho canónico, ni de los problemas espirituales y políticos; además, era demasiado viejo para poder adaptarse a las nuevas tareas”.
Como Papa, Celestino rehuyó a todos los símbolos imperiales o dignatarios pontificios, literalmente inició su pontificado sobre un jumento y padeció el papado apenas cinco meses; en los cuales tomó un puñado de decisiones sumamente audaces (la bula en cuestión que provee indulgencia a todos los cristianos sin distinción o la ampliación plural de un colegio cardenalicio polarizado). Su dimisión al papado será no sólo la primera en la historia sino aquella que también dio sustento canónico a la renuncia de Benedicto XVI en 2013.
La historia de este hombre no concluye ahí; su sucesor, Bonifacio VIII (elegido en un sólo día de deliberaciones), no sólo suprimió todas las decisiones de Celestino, también lo persiguió, enjuició y encarceló hasta su muerte temiendo que el ‘Papa emérito’ iniciara un cisma en la Iglesia. Todo parece indicar que Pietro sólo quería volver a su ermita en L’Aquila, en la anómala figura de un pontífice retirado. Debido a la persecución sufrida y a su fama de santidad, Celestino V no fue canonizado, pero su persona secular sí: San Pietro Angeleri del Morrone fue elevado a los altares en 1313 aunque su bula del ‘Perdón Celestiniano’ quedó en entredicho durante siete siglos.
Así que, después de crear a los purpurados que sin duda configurarán la senda de la Iglesia en el resto de esta primera mitad del siglo XXI, el papa Francisco se integrará simbólicamente a esta peculiar historia de San Pietro del Morrone/Celestino V con su visita a los Abruzos. Una historia de anhelos de reforma truncados por las divisiones cardenalicias; la historia de un anciano eremita traído de lejos para apaciguar a una Iglesia convulsa; la de un pastor alejado de los palacios que fue presionado hasta la renuncia por la corte eclesiástica, política y diplomática; la de un Papa perseguido y humillado por sus propios hermanos; la de un fiel católico que nos recuerda que la santidad es por la persona, no por el papado.