Indicador político
En estos días, diversos liderazgos políticos en ambos lados de la frontera enuncian diatribas de responsabilidad entre México y Estados Unidos sobre la crisis de adicción y muerte por drogas que ha comenzado a alarmar a la población norteamericana.
En el último año ha ido incrementándose la presencia mediática del tema del fentanilo en las comunidades norteamericanas y sus mortíferos efectos. El último día del 2022, The Wall Street Journal publicó un alarmante compendio de sus principales reportes sobre la realidad del fentanilo (y las metanfetaminas) entre los consumidores norteamericanos; y desde entonces, a este tema se le ha denominado “La crisis del fentanilo”.
Por supuesto: la longeva crisis de adicciones, el real incremento de las muertes de estadounidenses por su irrefrenable consumo de drogas, la participación económica de ese negocio de cárteles mexicanos y el juego económico del mismo por parte de proveedores asiáticos son temas preocupantes y han escalado a máximas tribunas políticas en las cuales, recíprocamente, se sugiere la intervención (una militar y otra propagandística) para detener el conflicto.
Hasta ahora, lo expresado por políticos en ambos lados de la frontera es meramente retórico. Es claro que, desde la tribuna republicana de EU se busca construir una narrativa de miedo y enojo entre los votantes norteamericanos contra la política sanitaria y de seguridad de Biden. Ya les ha funcionado en el pasado, cuando Trump orientó su campaña política al construir un enemigo simbólico para su propaganda política. Y esto no parece tener ninguna finalidad excepto la de crear un discurso para dos candidatos presidenciales: uno allá y otro aquí.
Pero el asunto de la drogadicción norteamericana es un tema realmente alarmante. Las muertes por sobredosis de drogas en el vecino del norte aumentaron más del 400% en 20 años. En el 2022 se registraron muertes de más de 110 mil personas adictas como resultado de un fenómeno transversal en EU sobre el “uso excesivo de opioides recetados” y acceso a estimulantes ilícitos (cocaína y metanfetamina).
La retórica de algunos políticos republicanos ha pisado fondo. Incluso han comparado esta crisis de drogas con tragedias históricas como los ataques terroristas del 9/11, la guerra en Vietnam y hasta el ataque japonés sobre Pearl Harbor. Es claro que no hay parangón pero necesitan este relato para vender a su próximo candidato a la presidencia de los EU en el 2024; y para eso necesitan un enemigo visible que sus potenciales electores asimilen.
Sin embargo, si hacemos caso al mapa histórico de las muertes de fentanilo y metanfetaminas que publicó hace dos semanas el WSJ, uno de los estados con mayor índice de muertes es Virginia Occidental y particularmente el condado de McDowell. Este último ocupa el tercer lugar más empobrecido de la unión americana donde tienen problemas de acceso al agua potable desde hace décadas; el desempleo supera el 12%; más del 30% de las casas están abandonadas; superan en más del doble el índice de crímenes violentos contra la media nacional y apenas el 40% de los ciudadanos acude a votar. La conjunción de factores no sorprende; de hecho es típico que en estos panoramas de depresión, pobreza y apatía se profundicen los problemas de adicción; ya lo dijo William Burroughs, autor de Yonqui: “Te vuelven adicto a los narcóticos porque no tienes fuertes motivaciones en otra dirección; así, la droga gana por default”.
México, por su parte, ha respondido con dureza atípica a la tónica de alarmismo gringo: El presidente, siguiendo el juego retórico, dijo que el gobierno mexicano promovería una intervención propagandística en el electorado latino contra el Partido Republciano si éste continúa responsabilizando a la nación mexicana de la crisis de drogas. Igualmente un despropósito y, de concretarse, sería una de los mayores errores diplomáticos.
Es claro que México tiene también mucho qué reflexionar y mucho de qué avergonzarse no sólo por sus débiles mecanismos de seguridad, sus nulos resultados en el combate al crimen; o por su velada tolerancia a la operación de grupos criminales, o la proliferación de laboratorios de narcóticos o la falta de capacidad operativa policiaco-militar; es decir, no sólo no ha logrado disminuir la violencia en el territorio sino que se ve lejana la posibilidad de recuperar regiones enteras que hoy están en manos de poderes fácticos asociados al crimen, al narcotráfico y a sus perniciosas culturas derivadas.
Este episodio de tensión entre países vecinos sólo evidencia dos verdades: que EU no sabe cómo lidiar con su problema de adicción y consumo de drogas; y que México tampoco sabe cómo reestructurarse institucionalmente sin la industria del narcotráfico. Y no son problemas sencillos. Nuevamente retomo a Burroughs en su icónica novela sobre la adicción: “La droga es el producto ideal, es la mercancía definitiva. No hace falta discurso de venta. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para suplicar que le vendan. El vendedor de droga no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora ni simplifica su mercancía; degrada y simplifica al cliente”.
Lo que nos lleva justo al inicio: ¿Cuál será el papel de este nuevo personaje político –la crisis del fentanilo– en las narraciones electorales binacionales rumbo al 2024?