Libros de ayer y hoy
Desafiante será para la oposición cómo actuar de manera consecuente a lo que ocurra el próximo domingo. Coahuila y Estado de México dejarán lecciones a todos. La oposición se llevará la peor parte. Deberán entender el escaso margen de error y la necesidad de construir un frente unificado, y que el futuro propio y el de la democracia representativa descansa en el voto ciudadano, no en las burocracias partidistas.
La unidad que importa, la que sirve para ganar elecciones, no es punto de partida, sino de llegada. No se trata de que las dirigencias resuelvan y acuerden lo relevante con desdén a la sociedad que dicen representar. Se requiere definir una fórmula que haga de los partidos opositores vehículo para expresar el voto ciudadano en su inconformidad con los resultados del gobierno en curso y, también, la amenaza de instaurar el autoritarismo por la vía de un cambio radical a la Constitución, que da sustento a la democracia representativa, al Estado federal y al régimen republicano de división de poderes. Es un proyecto defensivo, además, capaz de ofrecer esperanza.
En efecto, la amenaza de acabar con la Corte, el INE, el Tribunal Electoral y la representación de la pluralidad en los Congresos es razón suficiente para que las oposiciones obvien diferencias y asuntos menores. Lo que está de por medio son las reglas del juego que les permiten existir y participar en las decisiones fundamentales de la vida política del país. La amenaza que se presenta es real; de no actuar con acierto, el voto puede ser mandato para el cambio de régimen.
Para alcanzar la unidad y la legitimidad que se requiere para tener competitividad y credibilidad electoral, los partidos deben acordar no un nombre de candidato o candidata presidencial, sino un método que sea democratizar la decisión, lo que representa trasladar a la sociedad la determinación más relevante. Hay tiempo para una elección primaria; el método debe estar caracterizado por la inclusión de inicio, la transparencia y la confiabilidad del órgano responsable de la elección interna.
Coahuila se ha vuelto el último territorio del PRI. Su dirigente fundador, el general Manuel Pérez Treviño, de allí fue originario. Pero la historia no es la que sostiene al tricolor, sino que su líder estatal, el gobernador Miguel Riquelme tuvo el acierto de gobernar conciliando y atendiendo con buenos resultados los temas fundamentales como el de la seguridad pública y el crecimiento económico. El triunfo en la pasada elección de Durango se entiende por la influencia de Coahuila, particularmente en la región lagunera que fue donde se decidió el éxito en la elección de gobernador de Esteben Villegas, originario de Durango capital, quien prevaleció ante Marina Vitela, presidenta de Gómez Palacio.
Estado de México anticipa ser la gran decepción opositora. No debiera ser tal. Desde el inicio las cosas se mostraban muy complicadas para la coalición del PRI, PAN y PRD. Alejandra del Moral ha realizado una encomiable campaña, pero la loza del PRI, así como la mala calificación del gobernador Alfredo del Mazo se volvieron en contra, sobre todo, para dar impulso al voto ciudadano de las grandes zonas urbanas. Igualmente, tuvo su impacto la inexplicable postura de MC; no tanto por su llamado reciente a votar contra el PRI, sino por no haber presentado candidato, particularmente ante la fortaleza de Juan Zepeda en el norte y oriente de la ciudad. Sorprendente sería que la elección se cerrara o que prevaleciera Alejandra del Moral. La decisión está en los ciudadanos; el domingo habrá claridad sobre el desenlace.
A pesar de la tormenta, las dirigencias del PAN y del PRI no han dado muestra de capacidad para entender la situación, la dimensión del llamado que les hace la historia y la necesidad que se requiere de democratizar la selección del candidato presidencial. Nombres de aspirantes de calidad sobran, pero se requiere un método que los legitime, movilice y dé a conocer a partir de qué proponen y representan. Marko Cortés y Alejandro Moreno no tendrán otra opción que actuar con responsabilidad y alejarse de las tentaciones propias del proceso sucesorio. Quizá sea mucho así esperarlo.