Los magos y la gasolina
Un amigo del Mahatma
Hace dos semanas se cumplieron 53 años de la muerte de Louis Fischer, el
periodista que dio a la profesión uno de sus momentos esplendentes el siglo
pasado.
Quienes son aficionados al cine sin duda identificarán el nombre con la
extraordinaria película de Richard Attenborough, Gandhi (1982), basada en el libro
homónimo de este hijo de un vendedor de pescado y fruta nacido el 29 de febrero
del bisiesto 1896 en Filadelfia, Estados Unidos.
En un tiempo de gigantes del periodismo y la literatura, Fischer fue una
cumbre. Al igual que Jack Reed, Arthur Koestler y George Orwell -por mencionar a
sólo tres- fue arrastrado por la ola de entusiasmo que la revolución soviética
levantó en el mundo.
Y como otros de sus contemporáneos un día abrió los ojos al terror
estalinista y puso distancia con el paraíso de los trabajadores.
Su desencanto se vertió en uno de los capítulos de El Dios que fracasó, en
donde André Gide, Ignazio Silone, Stephen Spender, Richard Wright y Arthur
Koestler, también plasmaron sus reflexiones sobre el eclipse del sueño socialista.
El abrir el corazón y la mente a la realidad del horror pergeñado por el
padrecito Stalin debió ser para Fischer algo profundamente doloroso. Había
viajado a Ucrania en octubre y noviembre de 1932, como corresponsal de The
Nation, y aunque fue alarmado por lo que vio, escribió: […] “Creo que no hay
hambre en ningún lugar de Ucrania, por ahora. Después de todo sólo acaba de
recogerse la cosecha, aunque fue una mala cosecha.”
Y si bien críticó la política soviética de compras de grano, en febrero de
1933 avaló la política que responsabilizaba de la hambruna a nacionalistas
ucranianos, contrarrevolucionarios y “saboteadores”.
Escribió que “pueblos enteros” habían sido “contaminados” por esos
traidores, lo que había forzado la mano de Moscú para deportarlos a campos de
explotación forestal y a zonas mineras en áreas lejanas.
“El Kremlin se vio obligado a tomar estas medidas”, escribió Fischer,
“aunque los soviéticos estaban aprendiendo a gobernar sabiamente”.
Fischer estaba dando una gira de conferencias por Estados Unidos cuando
se publicaron noticias verídicas sobre la hambruna, pero las negó ante sus
públicos universitarios y pasó la primavera de 1933 haciendo campaña por el
reconocimiento diplomático yanqui de la Unión Soviética.
El desengaño llegó inevitablemente y Fischer colaboró en El dios que
fracasó de 1949. Hasta su muerte, se vio a sí mismo como “un liberal de centro-
izquierda, antiimperialista y promotor del cambio social”.
La de Fischer fue una compleja personalidad. Hiperactivo, con aspecto de
niño malcriado y pasión por el trabajo, fue al mismo tiempo un hombre generoso
que regaló los derechos cinematográficos de su obra e intervino a favor de
Eisenstein en la disputa con Upton Sinclair sobre el costo de Tormenta sobre
México, que el cineasta ruso filmó en 1933.
A lo largo de su vida escribió más de 20 libros y fue un reportero incansable
que se involucró activamente en las corrientes que estaban modelando la historia
del mundo. Tan sólo sus cartas ocupan 68 archiveros en la Universidad de
Princeton, donde impartió cátedra al final de su vida.
Principalmente en inglés, pero también en alemán, ruso, hebreo y francés,
las cartas dan cuenta del abanico de intereses que tuvo y la influencia que ejerció
a lo largo de su carrera.
Josip Tito, Sukarno, Robert Oppenheimer, Eleanor Roosevelt, Robert
Kennedy, Jawaharlal Nehru, Gandhi, George Chicherin, Franklin Roosevelt, John
F. Kennedy, Dwight D. Eisenhower, Dag Hammarskjöld, Henri Spaak y Anthony
Eden, entre muchos otros políticos y estadistas, compartieron con Fischer su
visión del mundo a vuelta de correo.
Gran parte de su correspondencia se refiere a la India, país que visitó en
1942.
De sus encuentros con el padre de la independencia habría de escribir Una semana con Gandhi y La vida de Mahatma Gandhi, el alucinante volumen que en
lo particular considero lo mejor que se ha escrito sobre esa gran figura. Es uno de
esos libros por cuya autoría yo habría dado el brazo izquierdo.
En él Fischer despliega, desde el párrafo inicial y a lo largo de 50 capítulos
y más de 500 páginas, el estilo sobrio y directo que logran muy pocos de quienes
se dedican a este oficio:
“A las cuatro y media de la tarde, Abha se presentó con la última comida
que habría de tomar: leche de cabra, verduras crudas y cocidas, naranjas y una
infusión de jengibre, limón agrio, mantequilla y jugo de áloe. Sentado en el piso de
su cuarto en la parte posterior de Birla House en Nueva Delhi, Gandhi comió
mientras conversaba con Sardar Vallabhbhai, primer ministro adjunto del nuevo
gobierno de la India independiente.”
Al igual que Arthur Koestler, Fischer fue un errante que buscó encontrarse y
conciliarse con sus herencia étnica. Después de estudiar pedagogía y dar clases,
se enlistó como voluntario en la Legión Judía organizada por el ejército inglés y
sirvió en Palestina durante 15 meses, entre 1919 y 1920.
Luego vivió en la URSS y sirvió al partido. En 1936 viajó a España como
corresponsal de guerra y participó en las Brigadas Internacionales, en donde
supongo habrá conocido a Orwell y a Hemingway.
Fischer murió de un infarto en Hackensack, Nueva Jersey, el 16 de enero
de 1970. La noticia de su muerte ocupó pequeños espacios en páginas interiores
de periódicos gringos.