Indicador político
Ningún pacto puede competir con el poder absoluto de la presidencia
Si algo aprendió Enrique Peña Nieto en sus seis años de gobierno es que el presidente de la República tiene un poder inconmensurable. Y si algo ha aprendido Andrés Manuel López obrador en tres y medio años de gobierno es que el presidente de la República tiene un poder inconmensurable. Y los dos deben tener claro que la Jefatura del Ejecutivo es eje de la estabilidad de la República y el factor que define la seguridad nacional ante el acoso estadounidense.
Ante la falta de juegos informativos alrededor de las relaciones del presidente en funciones y del expresidente reciente, la supuesta existencia de un pacto de impunidad o de estabilidad ha quedado ya fijada en la agenda presidencial, pero en función de los razonamientos de quienes lo tratan de dilucidar.
El método analítico del periodismo tiene limitaciones estratégicas para entender el ejercicio del poder y para razonar de manera pública sus interpretaciones. Sin embargo, en la alta política existen acuerdos y entendimientos que no pueden racionalizarse. Pero en México existe un principio del poder: el presidente de la República es el Estado, el gobierno y la seguridad nacional en términos de soberanía.
Todo presidente de la República ejerce el poder de la información en función de su agenda prioritaria estratégica y de necesidades. Al arranque del Gobierno de Miguel de la Madrid, el secretario de Programación y Presupuesto y pieza clave de la estructura de poder delamadridista, Carlos Salinas de Gortari, se reunió con el expresidente López Portillo para decirle que nada se echaría a andar su contra por el papel clave en la estabilidad de los expresidentes, pero dejó un mensaje muy claro: “los demás, agárrense todos”. Y de la Madrid destruyó la presidencia de López Portillo, como Salinas hizo lo suyo contra delamadridistas, Zedillo liquidó la vida cívica y política de Salinas, Zedillo salió huyendo del país abandonando su pasado y Calderón y Peña Nieto tuvieron un pacto de entendimiento.
Toda presidencia integra expedientes judiciales contra funcionarios importantes del sexenio anterior, un poco para tener claro el cochinero y otro poco para tener mecanismos de negociación contra funcionarios anteriores. Echeverría fue el único expresidente que quiso ejercer el poder y quedó liquidado por su sucesor a pesar de que fue ungido en función de afectos personales, para demostrar que en política la única consanguinidad es la que se derrama. Salinas quiso ser presidente de la Organización Mundial de Comercio y Zedillo lo amagó con la cárcel, aunque más por el asesinato de Colosio que por intentos de fundar un maximato.
Hasta donde se tiene información, los expedientes de la Fiscalía General de la República contra el expresidente Peña Nieto no implican una ruptura de entendimientos entre un poder que ya no existe y un poder de facto. No hay pruebas contundentes, pero existen algunos indicios que señalan que el presidente López Obrador y Morena pueden ganar la gubernatura del Estado de México y que el expresidente Peña Nieto no va a arriesgar su vida política y social después del 2023, toda vez que su actual exilio ha disminuido su capacidad de conducción del PRI nacional y del PRI mexiquense.
Uno de los principios centrales del poder político en México se localiza en la integridad política y de seguridad de la Presidencia de la República y que nada ni nadie puede arrinconar al titular del Ejecutivo federal. En términos reales, todo expresidente de la República carece de algún instrumento de coerción sobre su sucesor; y de existir expedientes secretos de informaciones o videos nunca podrían ser difundidos por la capacidad de respuesta autoritaria de la Presidencia. Y no hay que perder de vista la habilidad de López Obrador para revertir espionajes, como ocurrió en 2004 al catapultar como liderazgo personal los vídeos de Carlos Ahumada difundidos en una operación política instrumentada por el expresidente Salinas de Gortari y su fiel escudero panista, el jefe Diego Fernández de Cevallos.
Las versiones del pacto de impunidad y de existencia de video de chantaje de Peña Nieto no son relevantes ante la prioridad estratégica del presidente de la República en turno para operar su sucesión presidencial. El poder del chantaje de los expresidentes quedó a nivel de mito genial cuando Zedillo y López Obrador aplastaron la astucia política de Salinas de Gortari y lo redujeron a un zombi.