Teléfono rojo
AMLO no encaró a Trump por dependencia; CSP, tampoco
Más allá del problema diplomático bilateral que significaron las concesiones mexicanas a las exigencias migratorias agresivas y amenazantes del presidente Donald Trump, las revelaciones de su “victoria” sobre México para obligarlo a someterse a las reglas estadounidenses tienen una interpretación más allá de egos lastimados: el modelo de desarrollo mexicano que firmó el presidente Salinas de Gortari en 1993 determina la subordinación diplomática mexicana a los intereses de la Casa Blanca.
A pesar de su discurso antineoliberal y una propuesta retórica de un posneoliberalismo inacabado, México seguirá atado a los intereses económicos, comerciales, geopolíticos, estratégicos y de seguridad nacional de Estados Unidos; en este contexto, las exigencias de Trump sólo molestaron por el tonito, pero en el fondo México sigue siendo una economía subordinada por el Tratado a las definiciones de Washington.
Una de las herencias más delicadas y poco analizadas en la sucesión presidencial de 2024 ha sido justamente el hecho de que México sólo utilizó una articulación comercial dentro del Tratado y desaprovechó la oportunidad para replantear el modelo de desarrollo que hubiera modernizado la planta productiva nacional, elevado condiciones de empleo y bienestar y sobre todo hubiera podido fijar los criterios de una relación bilateral al mismo nivel y no, como fue, haber quedado en un socio comercial menor –el modelo de pariente pobre— y beneficiario sólo de la venta de productos elaborado en EU.
Acostumbrado decisiones audaces, el presidente López Obrador se vio muy tibio en la negociación de asuntos migratorios con Trump: el presidente de EU amenazó a México con elevar aranceles si Palacio Nacional no aceptaba la exigencia de convertir la Guardia Nacional en un brazo operativo de la border patrol; la imposición de aranceles hubiera generado, en efecto, problema en la economía mexicana que había salido muy frágil del sexenio de Peña Nieto, pero un buen jugador sabe utilizar el bluf: la crisis económica por la elevación de aranceles hubiera tenido una mayor repercusión para Estados Unidos y hubiera aumentado mucho más la migración ilegal.
El presidente López Obrador encontró un espacio de debilitamiento americano en las primeras oleadas migratorias que venían del sur latinoamericano y que atiborraron y reventaron las precarias estructuras migratorias estadounidenses. Pero luego de haberlas alentado, Palacio Nacional de un paso atrás ante la furiosa amenaza americana.
La provocación mexicana y la amenaza arancelaria estadounidense sólo revelaron que el tránsito político del neoliberalismo salinista-peñista al posneoliberalismo lopezobradorista se hizo sin una redefinición de las relaciones estratégicas del Tratado comercial y sobre todo sin medir sus repercusiones negativas para la ciudadanía mexicana, y más aún por el estilo atrabancado e irrespetuoso del presidente Trump.
La diplomacia mexicana con la Casa Blanca de Trump fue personal, mañanera y elusiva, sin ninguna reformulación de la política migratoria de México. En los incidentes recordados por Trump y revelados hace poco por Mike Pompeo, exdirector de la CIA y secretario de Estado de Trump, mostraron a un Marcelo Ebrard Casaubón sin ninguna posibilidad de ejercer su cargo de titular de las Relaciones Exteriores mexicanas y tendrá que seguir pagando su cuota de reclamos por haber cedido todo lo que había pedido Trump, y dicen que muchas otras cosas más que no se conocen de manera oficial.
La virtual presidente electa Sheinbaum Pardo cometió su primer tropiezo diplomático bilateral con Estados Unidos, pues reaccionó a una confusión de nombres y le reclamó a Trump su lenguaje soez, aunque la respuesta debió de haber sido una declaración formal como titular la próxima administración y desde luego debió de haberse dado un posicionamiento enérgico y concreto del canciller mexicano designado Juan Ramón de la fuente Ramírez, un funcionario más conocido por sus comportamientos anticlimáticos y elusivos. El desliz de Trump fue una oportunidad perdida por la próxima administración mexicana para definir con claridad las nuevas reglas diplomáticas de la administración de la presidenta Sheinbaum Pardo. La respuesta mexicana fue más quejumbrosa que una línea de acción.
El presidente López Obrador supo manejar el poder político a su manera para jugar con Trump y sus declaraciones, pero la presidenta Sheinbaum Pardo carece de esta malicia discursiva que le hará mucha falta ante problemas que quieren eludirse pero sin fijar posicionamientos críticos.
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