Indicador político
Murayama y Camín, agoreros del desastre; pánico intelectual
Dos de las figuras claves del frente conservador de intelectuales que convirtieron a la candidata opositora Gálvez Ruiz en Santa Xóchitl como versión mexicana de la Santa Evita, después del tsunami del domingo 2 de junio solo alcanzan a mostrar evidencias escritas de que no entienden que no entienden. Y hay que recordarles la consigna democrática del español Felipe González: la aceptabilidad de la derrota.
Ahora, después de las elecciones, y con la calma que viene después de la tormenta, deben releerse algunos textos en los que este grupo de intelectuales llegó a tergiversar la racionalidad política –a pesar de sus estudios posdoctorales– con tal de acomodar la realidad a sus deseos pasionales antipopulistas.
En febrero de 2024, en el tiempo político de la elección presidencial, el exconsejero del INE Ciro Murayama Rendon escribió un ensayo en la revista (A) Nexos para sacar su bola de cristal y sus cartas esotéricas y concluir que Morena perdería las elecciones de 2024 por una lectura sesgada de las alternancias habidas en México a nivel federal y estatal desde 2000.
Aunque usaba la información estatal, Murayama, con sus torcidos razonamientos escondidos, en realidad mandaba un mensaje sobre la presidencial: “actualmente hay más del doble de posibilidades de que un partido en el poder pierda las elecciones a que siga al frente del Ejecutivo local. Estas cifras (sus otras cifras) revelan que México vive una auténtica era de alternancias y que predomina el voto de castigo”.
A partir de su experiencia como segundo al mando político e ideológico del INE bajo la presidencia del consejero Lorenzo Córdova Vianello, Murayama se avienta el tiro de prever desde febrero que “por primera vez Morena tiene más que perder, seis entidades donde ya gobierna, que ganar”. Muy deprimido debe haber quedado el exconsejero electoral con el saldo real: Morena se alzó con la victoria en seis ciudades que gobernaba y de paso le arrebató al PAN el simbólico bastión de Yucatán.
El razonamiento del economista y politólogo Murayama fue más de deseo que de realidad: “la historia nos dice: en siete de cada diez elecciones locales triunfan las oposiciones; el partido que gana por primera vez un gobierno tiene más de la mitad de probabilidad de dejarlo en la siguiente elección; no hay fuerzas inmunes a las derrotas y es muy complicado regresar al poder tras perderlo”.
Con la elección presidencial en el escenario, el pronóstico de la bola de cristal de Murayama anticipó –desde su punto de vista, claro– la derrota presidencial de Morena: “el intenso pluralismo y la volatilidad caracterizan al electorado mexicano, no su adhesión incondicionalidad a uno u otro partido. Todo esto anticipa un buen número de alternancias locales en 2024 y en decenas de renovaciones de gobiernos en los años por venir”.
El tsunami morenista del dos de junio ahogó en su resaca la credibilidad de Murayama.
El intelectual que se entusiasmó en modo peronista con la candidatura de Santa Xóchitl fue el escritor Héctor Aguilar Camín, autor de libros sobre democracia y director de la revista (A) Nexos. En su columna del martes 4, dos días después del tsunami morenista, la capacidad de raciocinio político del intelectual puede resumirse en una palabra: el saldo electoral lo dejó con la boca abierta.
Su artículo se parece más a un mensaje en botella echado al mar desde la Isla de la Incomprensión (la R. mete su cuchara): reclama de manera severa que los mexicanos hayan votado por Morena a sabiendas de que viene, dice, una tiranía, una dictadura. El responsable de ese gran esfuerzo en el Instituto de Antropología e Historia para realizar fichas de más de 5,000 libros de política mexicana en toda la historia nacional confiesa socráticamente que sólo sabe que no sabe nada: “confieso que no entiendo esa pulsión profunda y mayoritaria de los votantes.” Y luego razona: “¿por qué han votado así? No lo sé. Me propongo explorar sus razones (quizá un posdoctorado de política social-electoral, aconseja la R.). Pero son claras sus consecuencias”.
Lo que no reconoce el intelectual orgánico de la derecha es que se trató de un acto democrático, aunque lo escribe sin entender lo que escribe: “los votantes mayoritarios del 2 de junio decidieron ponerse sin reservas en manos del siguiente gobierno, dándole los poderes necesarios para que haga lo que quiera con ellos”. Cualquier manual de ciencia política, dice con modestia la R., señala que eso se llama… democracia y que para eso votan los ciudadanos.
Y cierra su texto con un razonamiento irrazonable: “¿eso es lo que quieren los votantes? ¿Quedar en manos de lo que quieran sus políticos? No lo sé”.