Indicador político
1994: el sueño de Salinas y la broma interminable de Marcos
En la mañana el 1 de enero de 1994 comenzaba el ciclo político del presidente Carlos Salinas de Gortari con la presentación en sociedad de la viabilidad práctica del modelo teórico del Consenso de Washington. El inicio práctico del Tratado de Comercio Libre México-Estados Unidos-Canadá iba a revolucionar el comercio mundial.
Un grupo indígena, capitaneado por un guerrillero post 68, interrumpió el amanecer del TCL la madrugada del 1 de enero en la plaza de San Cristóbal de las Casas, pletórica de turistas celebrando el nuevo año; el grito del líder rebelde con un pasamontaña típico de la zona para resistir el frío matutino: “¡¡¡Disculpen las molestias, esto es una revolución!!!”, atrasó el reloj histórico 40 años (al asalto al Cuartel Moncada por Fidel Castro) para recordar al mundo que así, con eventos inesperados, comenzaban las grandes transformaciones sociales.
En los hechos duros de la realidad pragmática, hay cosas que pesan más por su simbolismo que por su sentido real. El alzamiento zapatista guerrillero para derrocar al Gobierno de Salinas e instaurar una República socialista sólo duró 10 días y no alcanzó a transitar los 95 km que separan a San Cristóbal del mercado de Ocosingo, donde la brutal respuesta militar replegó a los guerrilleros mal armados y peor entrenados, aunque pagando costos con bajas federales.
El sueño de Salinas estuvo muy bien diseñado:
1.- Tomar el poder del régimen priista con una clase modernizada y tecnocrática, modificar el proyecto ideológico de la Revolución Mexicana para romper con el lastre de compromiso social improductivo, abrir la economía mexicana a la inversión extranjera en todos los rubros y capitanear una contrarrevolución neoliberal.
2.- Modificar los espacios ideológicos del régimen priista con un nuevo discurso que pusiera punto final a las banderas sociales y entregara la dinámica productiva al sector privado transnacional.
3.- Construir una plutocracia empresarial con recursos del Estado, superando las viejas rencillas de los viejos revolucionarios que se quedaron estancados en el modelo el presidente Lázaro Cárdenas de capitalismo monopolista de Estado, pero sin capacidad productiva, de inversiones, ni del binomio clásico del desarrollo educación-tecnología; la intención salinista fue neutralizar cualquier protesta empresarial con la entrega a los grupos empresariales de empresas propiedad del Estado.
4.- Utilizar el Plan Global de Desarrollo 1980-1982 para anunciar el agotamiento del proyecto histórico de la Revolución Mexicana y propiciar desde el PRI un relevo ideológico hacia un nuevo concepto muy juarista –del Benito Juárez constructor del capitalismo mexicano— de “liberalismo social”. En marzo de 1992 y con la complicidad del presidente priista Luis Donaldo Colosio, Salinas tomó por asalto el PRI y lo convirtió en el partido del neoliberalismo salinista.
5.- Relevar de posiciones de poder a la clase política de la vieja ideología del nacionalismo revolucionario y colocar en posiciones de gabinete, de cargos públicos y de espacios de elección popular a economistas educados en universidades estadounidenses.
El proyecto político de Salinas de Gortari se basó en el manejo audaz del poder presidencial para destruir las estructuras corporativas en el PRI que habían sido construidas por el presidente Cárdenas en 1938 para convertir al partido en el guardián y operador ideológico del nacionalismo revolucionario.
La contrarrevolución neoliberal de Salinas de Gortari se fue hasta el fondo de las definiciones de gobierno: con De la Madrid reformó el Estado para reducirlo a una función que no influyera en la definición del proyecto de nación, utilizó el poder institucional del presidencialismo autoritario para liquidar a los liderazgos sociales contrarios a la modernización neoliberal y creó una base social de consenso entre los sectores más pobres a los que distribuyó beneficios de corto plazo.
Salinas estimuló la ruptura en el bloque ideológico gobernante: en 1987 capturó al PRI y obligó a la salida del partido de Cuauhtémoc Cárdenas y el grupo de la c
Corriente Crítica que representaba la ideología cardenista, en 1988 su aparato electoral del Estado se apropió de las elecciones presidenciales, facilitó la salida de corrientes progresistas del Estado, ayudó a su incorporación al PRD y le apostó con audacia al agotamiento de corto plazo del nacionalismo cardenista.
El candado que cerraba el nuevo espacio económico-ideológico del Estado fue el Tratado de Comercio Libre que subordinó a México a los intereses geopolíticos, de seguridad nacional y capitalistas de Estados Unidos y destruyó las bases del nacionalismo mexicano que se basaban en el papel social del Estado y en la resistencia al modelo social de Estados Unidos.
Y EN ESO LLEGÓ MARCOS
Todo estuvo alineado al punto de inicio del nuevo México: el comienzo formal del Tratado comercial el 1 de enero de 1994, con el candado sucesorio mexicano para extender al grupo salinista en el sexenio 1994-2000 con la nominación de Colosio como abanderado del PRI salinista a la presidencia. Con energía, inflexibilidad y uso del poder, Salinas había sometido a control al disidente Manuel Camacho Solís.
Es decir, todo estaba funcionando conforme lo planeado.
Pero en eso llegó Marcos y la guerrilla chiapaneca de corte castrista y una definición ideológica socialista. Y a pesar de que el grupo del EZLN carecía de fuerza y armamento para enfrentar al Ejército federal y no tenía representación en todo el país, el EZLN rompió con el sueño salinista: catapultarse con el arranque del TCL, aspirar a la presidencia de la Organización Mundial de Comercio y convertir a ese organismo en el factótum de la nueva economía globalizada.
La guerrilla armada de Marcos como tal duró sólo diez días, el 10 de enero el jefe guerrillero entendió que carecía de fuerza militar para enfrentar al ejército regular mexicano y se colgó de la sugerencia de Camacho de sentarse a negociar la paz.
El subcomandante insurgente Marcos se apropió el ambiente mediático con comunicados humorísticos y juguetones, se salió del cerco político institucional y lanzó iniciativas para liderar a la disidencia mexicana, pero a la hora decisiva no quiso ser el Fidel Castro mexicano: rehuyó la política electoral y achicó su agenda de paz a una lista indígena social-presupuestal.
La iniciativa política que perdió Salinas fue recuperada el 10 de enero con la iniciación de las pláticas de paz en la catedral de San Cristóbal de las Casas. La habilidad política de Camacho excluyó el tema candente de la renuncia del presidente Salinas y se centró en programas sociales para los indígenas, Marcos se hizo bolas con su liderazgo político nacional y hasta internacional y la coalición rebelde entró en una zona de caos.
Hasta ahí Salinas había recuperado la iniciativa, inclusive y pese a signos ominosos como la fuga de capitales, los secuestros de empresarios y las protestas de pequeños grupos priistas, lo que en realidad derrotó a Salinas fue el asesinato de Colosio como candidato presidencial, sobre todo por la sospecha social de que se había tratado de un crimen del poder, aunque el final todos percibieron que el asesinato era la gran derrota del proyecto personal de Salinas.
La gran crisis de 1994 no fue Marcos ni el EZLN, sino –como lo reconoció el propio Salinas en su carta del 5 de diciembre de 1995– “la tremenda lucha por el poder” dentro del régimen priista. Y la gran lucha no fue de Salinas contra el viejo PRI, sino hacía el interior de su propio grupo: el arrinconamiento contra Camacho que inmovilizó a su gran estratega y aliado, el fortalecimiento del poder de Joseph-Marie Córdoba Montoya para consolidar la candidatura de relevo de Ernesto Zedillo Ponce de León y la disputa Salinas-Zedillo por el tipo de cambio en noviembre.
Zedillo llegó a la presidencia cargando el cadáver de Colosio a cuestas. La opinión pública consolidaba su sospecha de un crimen desde Los Pinos y Zedillo arrancó su administración con la peor de las caracterizaciones: el beneficiario de Lomas Taurinas, es decir, el que usó un crimen para alzarse con el poder presidencial. Pero como las sospechas sociales seguían involucrando a Salinas, entonces Zedillo quedaba atrapado en la interpretación del asesinato. En los hechos, Salinas y Zedillo nunca pudieron sentarse a analizar, sin tapujos, el crimen que afectaba a los dos y Zedillo debió buscar margen de maniobra rompiendo con Salinas: encarceló a Raúl Salinas de Gortari por el asesinato del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, en septiembre: y Carlos Salinas cayó en la trampa y debió encarar a Zedillo para defender a su hermano Raúl y Zedillo presionó para provocar el exilio del expresidente.
La disputa Salinas-Zedillo por Colosio opacó a Marcos y lo sacó del escenario mediático vital. Salinas decidió aceptar la guerra con Zedillo y Zedillo usó todo el aparato institucional para aplastar al ya expresidente. Cuando el PRI se le rebeló a Zedillo en la sucesión presidencial de 2000, Zedillo optó por pactar la victoria del panista Vicente Fox a cambio de garantizar la continuidad del proyecto neoliberal salinista-zedillista que representaba Francisco Gil Díaz, jefe de los Chicago Boys mexicanos, como secretario de Hacienda de Fox y eje del neoliberalismo.
En 1994, el sueño de Salinas se convirtió en pesadilla.