Indicador político
Principio de Porfirio con GDO y final combatiendo molinos
La mejor definición de la personalidad de Porfirio Muñoz Ledo podría resumirse en pocas palabras: político de sí mismo. A lo largo de su vida pública, transitó, con convicción, por todas las definiciones ideológicas, incluyendo las más conservadoras, reaccionarias y represivas, hasta terminar su ciclo enardecido contra el presidente López Obrador porque nunca le dio su lugar como consejero del Príncipe.
Muñoz Ledo nació a la vida pública con dos discursos se quedaron marcados, de manera indeleble, en su biografía contradictoria: defendiendo al presidente Díaz Ordaz por los acontecimientos de Tlatelolco y justificando la violencia gubernamental en el 68 como una decisión de defensa del Estado.
Los panegíricos para los políticos que hicieron política deben salir sobrando y en todo caso se tienen que establecer los pros y los contras que lograran una síntesis dialéctica de su paso por la vida pública.
En 1976, como presidente del PRI y encargado de la campaña del candidato José López Portillo, Muñoz ledo fue el responsable de aplastar la primera y única experiencia de la izquierda socialista en la conquista de una gubernatura: Alejandro Gascón Mercado, líder social de pensamiento socialista, ganó la elección estatal en Nayarit como candidato del PPS, pero Muñoz Ledo se encargó de pervertir el proceso, negociar con el líder del PPS, Jorge Cruikshank García, la gubernatura a cambio de una senaduría y destruir la primera gran movilización popular a favor de una alternancia socialista.
Político de sí mismo, Muñoz Ledo terminó su vida pública encerrado en su despacho y rumiando su amargura de no haber podido ser presidente de la República. Si vale la referencia, Muñoz Ledo puede ser calificado como un político-presidencial, es decir, que toda su vida giró en torno a su visión de Estado como si él fuera presidente. Esta debilidad de estadista lo convirtió en un enemigo personal del presidente López Obrador y un adversario de Morena cuando fracasó en la lucha por la dirección del partido, más para completar el ciclo de haber dirigido el PRI y el PRD, que por representar una posibilidad de construcción partidista moderna.
Muñoz Ledo fue capaz de darle una redefinición fugaz al PRI cuando le tocó dirigirlo sólo para la campaña de López Portillo y perfiló al tricolor como un partido de los trabajadores, pero sin que hubiera ninguna reflexión ideológica respecto al papel de la clase obrera en los procesos de definición de los estados, ni pasó por una reorganización de la clase trabajadora priista que fue articulada por Lázaro Cárdenas como masa y no como clase, ni tampoco condenó el papel de Fidel Velázquez como el responsable de la lobotomización ideológica de los trabajadores en el PRI, inclusive, confrontando con autoritarismo violento al entonces politólogo Manuel Camacho Solís que se atrevió a fijar el papel de Fidel Velázquez como el obstáculo principal de la clase obrera y por pugnar por el sindicalismo independiente.
En los hechos, Muñoz ledo fue un hombre de Estado…, pero del Estado priista, es decir, un funcionario del sistema/régimen/Estado priista y su salida del PRI acompañando a Cuauhtémoc Cárdenas estuvo en el objetivo de regresar al Estado priista populista que el gobierno de Miguel de la Madrid había neoliberalizado y que había fijado la continuidad neoliberal en la figura de la candidatura impuesta de Carlos Salinas de Gortari en 1987-1988.
Muy pronto se aburrió del PRD y comenzaron sus pactos con el diablo: se entregó a Vicente Fox para organizar una transición a la democracia, pero dentro del Estado priista; y luego se perdió en las carreteras secretas del régimen priista con acuerdos secretos con Calderón y con Enrique Peña Nieto. Impulsó la candidatura presidencial de López Obrador y exigió el pago histórico de ser el que le colocará la banda presidencial, cumpliendo otro ritual priista, y luego rompió de manera total con López Obrador, Cuauhtémoc y Morena desde declaraciones estridentes e ineficaces porque lo había marginado del poder.
Muñoz Ledo murió en la soledad de las nostalgias políticas.