Teléfono rojo
En tiempos de descontento la sociedad se moviliza hacia el cambio, al igual que en tiempo de crisis o incertidumbre suele optar por la continuidad, que resulta claro en la manera como se han resuelto las elecciones presidenciales más relevantes. Sin duda y con mucha claridad la de 2018.
En la contienda de 2024 el sentimiento colectivo dominante será el descontento, con el agregado de una creciente polarización, emocional y orgánica; primero por el sentimiento de muchos sobre el estado de cosas y, segundo, por la cohesión entre quienes apoyan y los que se oponen al régimen político. Otro elemento no menor es que anteriormente el rechazo anterior se dirigía al gobierno en curso; el de ahora se divide, en unos se traslada al presente y en otros a los del pasado. 16 millones de electores jóvenes tienen otras referencias y es distinto su plano emocional.
La continuidad es rechazada por un tercio de la oposición, una parte importante de éste se movilizó para que AMLO y los suyos prevalecieran con mayoría absoluta y con ello rompieran la circunstancia de gobierno dividido que domina prácticamente desde la normalidad democrática en 1997. Todo indica que no habrá la mayoría absoluta de hace cinco años, al menos no para el oficialismo.
Los candidatos y los partidos son los actores relevantes de los comicios. Salvo Xóchitl Gálvez no hay ningún aspirante disruptivo, como también fue López Obrador. Ninguno del oficialismo ni de la oposición. Seguramente es lo que advirtió el presidente, que lo ha impulsado a emprender una campaña ilegal, agresiva y personalizada contra la aspirante de la oposición. De alguna manera, ve el potencial de la hidalguense, de allí la necesidad de desacreditarla a toda costa, al menos para contener una posible campaña arrolladora, justo como la de él.
La situación de ahora es diferente. En primer término, persiste una negativa recordación sobre el pasado de los gobiernos del llamado neoliberalismo, mérito de la retórica presidencial, a la que debe sumarse la incapacidad de la oposición formal para desasociarse de dicho pasado. Más bien lo representa en términos indeseables.
En segundo lugar, la concurrencia de elecciones locales imprimirá un elemento mayor de incertidumbre y fragmentación. Malos candidatos que se reeligen e interferencia de factores de poder pueden afectar a los partidos para seleccionar los candidatos más competitivos.
El tercer elemento de diferenciación remite al deterioro de la institucionalidad para una contienda justa. Por primera vez, se presenta una autoridad electoral entre complaciente y vacilante, procesos de selección de candidatos y actos anticipados de campaña bajo la simulación y el fraude a la ley consentidos por el INE y el Tribunal Electoral. Aún más perniciosa, la interferencia ilegal sin precedente del presidente de la República y de las autoridades afines en el proceso comicial, alentadas por él mismo. El dinero ilegal proveniente del erario desde ahora es abrumador, evidente e incontenible.
Cuarto, la creciente influencia del crimen organizado en los comicios y en el financiamiento ilegal de campañas, que no es competencia de las autoridades electorales, sino de las instituciones del Estado mexicano que hoy muestran grados preocupantes de connivencia y, por otra parte, se han ocupado más de su uso político y electoral, tanto que el mismo Santiago Nieto, funcionario al que acredita desempeño parcial y político en su actuación en la UIF, sin reserva alguna acusa a su sucesor de una actuación políticamente motivada.
A pesar de la complejidad del entorno, el espacio para una candidata disruptiva está a la vista. Lo de Xóchitl Gálvez es una construcción en proceso que ha prendido bien en los sectores opositores más informados y politizados. Todavía hay un largo tramo para ampliar su conocimiento y que transite en términos favorables, objetivo que el presidente intenta impedir con su campaña de desprestigio, lo que, por otra parte, ha hecho de la aspirante en una contendiente creíble.
La participación ciudadana el día de la votación será el factor determinante, toda vez que tiene el potencial de conjurar los factores de alteración de la voluntad mayoritaria. En buena parte dependerá de la capacidad disruptiva de entusiasmar y movilizar voluntades más allá de los confines de la oposición orgánica. Por lo pronto, se perfila ya el regreso de la pluralidad en el ámbito de los órganos legislativos, que imprime un escenario muy diferente al vigente.