Indicador político
Aquel abuso de la Constitución y su fatiga actual
El boicot permanente que la oposición ha hecho contra el actual gobierno para insertar
algunas reformas constitucionales, ha impedido que importantes propuestas del ejecutivo,
queden signadas, aunque algunas han logrado entrar. Cuando se cumplieron los cien años
de nuestra Carta Magna en 2017, llevaba 697 reformas. De las cuales cuatrocientos
cincuenta y tres ( 453) las hicieron los últimos cinco presidentes en 28 años, de 21
presidentes que había habido desde 1917 a esa fecha. Mucho más de la mitad de las
reformas totales arriba mencionadas, que se le han aplicado a la norma máxima, convirtiendo
el fundamental documento en una ley para consumo personal. En ese momento, cuando
Enrique Peña Nieto se preparaba a celebrar el centenario, llevaba 145 reformas. En favor de
esos señores puede decirse que no son ni fueron autárticos, autosuficientes, necesitaron
para sobrevivir del parchado y manoseado librito. Este les dio un poder legislativo que
fabricaba las leyes a modo, sometido a partir del artículo 73, -uno de los más cambiados del
mundo-, a reformas para adecuarlo a los intereses del momento; un poder judicial controlado
y desde luego, del apoyo normativo de uno que otro factor de poder que se adapta a la ley-
la iglesia católica y los empresarios por ejemplo-, y a las necesidades del gobierno.
LA CONSTITUCIÓN, UN LIBRO FUNDAMENTAL, QUE ES POCO LEÍDO
A unos días de que la Constitución Mexicana cumpla ciento siete años de su promulgación -5
de febrero de 1917, con miles de ediciones de las más variadas editoriales-, puede decirse
sin temor a equivocarse, que la gran mayoría de sus artículos se cumple en forma deficiente.
Lo estamos viendo en las cuestiones electorales con una oposición desatada y un poder
judicial que todo hace menos aplicar justicia. La parte dogmática de los primeros 29
artículos, es la más violada y la orgánica se adapta a las circunstancias y sus términos
formales suelen aplicarse de acuerdo a como lo van necesitando los regímenes. Nacida tras
un proceso doloroso en el que murieron millones por una causa libertaria, la norma fue
nutrida de enormes y justos anhelos y se irguió como un pacto- este si auténtico en ese
tiempo-, para bloquear la entrada a los tiranos. Vano intento, los tuvimos más de cien años.
Si se analiza con precisión, se verá que la norma plantea un mundo ideal, un sueño
impensado, un paraíso del cual, a la postre, los únicos ángeles caídos hemos sido los
mexicanos. Puede asegurarse, también, sin temor, que la constitución es uno de los libros
menos leídos en México.
DIFÍCIL CAMBIAR LA NORMA. NO EXISTE EL ESPÍRITU QUE CAMPEABA EN 1917
Nuestra norma suprema tiene párrafos, para que negarlo, que ni John Milton el poeta inglés
hubiera escrito en El Paraíso perdido. Quizá de algún desvalagado constitucionalista que
fungió de poeta, pero el resto es pesado, farragoso y no vale ni siquiera la pena inmiscuirse
en esa retahila de transitorios que anuncian los parchazos a la casi la totalidad de los 136
artículos. A aquellos, desde luego, nadie está obligado, pero si a esos 136 artículos que la
signan y que el mexicano debe conocer, al menos para enterarse de sus violaciones. Ante la
cercanía de un aniversario que nos imaginamos precisará de fanfarrias, aparecen los dados
a “reflexionar” sobre esa biblia mexicana a la que le han agregado algunos apócrifos. A ese
análisis se suman notables del derecho, teóricos e intelectuales que navegan entre la
necesidad de darle un soplo de renovación o de plano, hacer otra carta magna. Desde
tiempo atrás, algunos personajes han planteado la necesidad de un nuevo constituyente,
como el que se intentó en la Ciudad de México – a nivel local-, con sus asegunes, pero se
advierte de la complejidad de una tarea de ese tipo. Más, cuando no existe la exacerbación
del espíritu que campeaba en 1917. Plantear una nueva constitución en un país con los
problemas actuales, pese a metas sublimadas, con liderazgos firmes, pero en los que los
verdaderos anhelos de cambio han sido bloqueados, dirían los procaces, sin ánimo
legaloide, ¡Está pelón!.