Indicador político
Felipe de J. Monroy*
Muy pocas veces reparamos en ello, pero el tiempo siempre tiene un papel importante en los juegos políticos. La dimensión temporal de la vida pública de las sociedades es mucho más compleja de lo que queremos creer; es obvio que nuestra percepción del tiempo individual y gremial pretenda determinar la función del tiempo sociopolítico a nuestras expectativas más inmediatas, a las necesidades visibles o a las ambiciones más próximas a concretarse.
Y, sin embargo, esa dimensión temporal (la inmediata, la más próxima) es apenas una de por lo menos cuatro concepciones del tiempo político, de la cronopolítica personal digamos. Considerar la ‘cuenta larga’ y transversal del tiempo en la vida social de las personas, sus comunidades y sus ciudades ayuda a valorar con más elementos los juegos de representación democrática que se ponen en marcha, por ejemplo, cuando surgen aspirantes, candidatos o liderazgos políticos.
Es cierto que, en los últimos años, la mercadotecnia y la tecnocracia sustituyeron por diferentes mecanismos la figura de representación política por personajes de representación funcional o hasta meramente decorativas. Es decir que, en lugar de ser promovidos a cargos públicos aquellos perfiles con convicciones éticas, ideológicas y prácticas para la resolución de conflictos o para motivar una activa creatividad social, se erigieron artificialmente personajes-producto para las campañas electorales y se promovieron a funcionarios-técnicos insensibles al drama humano pero eficientes para las leyes del mercado o la economía global.
En el tiempo de la inmediatez, pragmática, comercial y mediática, el triunfo es del tecnócrata sobre el político y del personaje de marca sobre el líder social. El vértigo de lo inmediato evita la reflexión sobre cómo se expresan las ideologías, los principios, los valores, los orígenes, las esperanzas y los márgenes éticos, morales y estéticos de los movimientos, los partidos y los liderazgos políticos; y cómo dichos valores pueden o no converger con los del pueblo, la ciudadanía, los gremios o las élites.
Es lógico que no se puede condenar en absoluto esta primera (y reducida) dimensión temporal, pero un candidato o aspirante para que sea realmente una persona política y no un simple afiche propagandístico requiere ver, juzgar y actuar en la plenitud de su cronopolítica personal, con la complejidad del pasado, presente y futuro de la nación que aspira a dirigir.
El pasado, por ejemplo, es indispensable para la construcción de la persona política; y aquí no me refiero a las edulcoradas y melosas historietas que se cuentan en campaña sobre los candidatos (como ese éxito melodramático de niños boleros o gelatineros) sino a la dimensión histórica de su patria y su pueblo, de su memoria. Es imposible acceder al auténtico pensamiento ideológico de un candidato sin que evidencie en sus discursos y actos esta condición temporal del pasado que lo traspasa lo mismo de orgullo y vergüenza, de dicha y de rabia. En la memoria, por ejemplo, no sólo está el perdón sino la solución; y está latente la indignación tanto como humildad de no ser ‘un salvador total’ sino ‘un eslabón de una larga marcha’.
La tercera dimensión temporal tiene que ver con el ritmo, con los ritos y los procesos. La persona política comprende y vive en esa esfera con naturalidad; un aspirante a líder político sólo se permite ser conducido por las dinámicas y los procedimientos, e incluso, puede ser el dinamizador de dichos procesos. El auténtico líder social trabaja y opera entre el vaivén silencioso de los procesos políticos; hasta que, entorno a él, la cotidianidad se hace rito, el diálogo se torna útil (para el consenso o el disenso, pero no infructuoso) y la acción deja de ser reactiva.
Y, finalmente, la cuarta dimensión temporal tiene que ver con los momentos de transición y consolidación. El personaje político participa tanto en la comprensión de los cambios que exigen sucesiones en el poder como en los procesos que crean condiciones de consolidación del mismo. Al igual que la conciencia del pasado, la posibilidad de pensar el futuro e imaginar su papel en él es un aspecto relevante del líder político. El fin de la vida corporal no necesariamente es el fin de la influencia política; y, justo por esa convicción, por vía de diferentes mecanismos pedagógicos o didácticos, el personaje político instruye las actitudes para la consolidación de sus proyectos como las reacciones ante la sucesión y el cambio que la sociedad u otros grupos pueden imponer.
En conclusión: La profesionalización de la mercadotecnia política nos obliga a mirar una ventana súmamente pequeña de inmediatez e impacto sobre los candidatos o aspirantes políticos; pero en ese relato mediático o comercial no se encuentran aspectos útiles para un sano ejercicio democrático-electoral donde se valoren ideologías, principios y motivaciones profundas detrás de la ambición del poder. En la fugacidad del eslógan o la velocidad de imagen no se puede inteligir nada del aspirante respecto a las dinámicas sociales que considera deseables de las indeseables, de su parecer entorno a los fines de las políticas democráticas y públicas, de cuáles considera que deben ser los márgenes de participación democrática o hasta dónde comprende la dicotomía económica entre el Estado y el mercado.
Quizá por eso hoy mismo vemos candidatos sumamente expuestos, pero paradójicamente invisibles, transparentes, etéreos.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe