Teléfono rojo
Vientos de Echeverría, Salinas y Lincoln en sucesión de AMLO
Como dice la Ley de Lavoisier, la materia no se crea ni se destruye sino sólo se transforma. Como la política es, en sentido estricto, materia, se puede trasladar esa ley a los sucesos mexicanos actuales: no se hagan bolas, el dedazo es el dedazo.
En política tampoco se inventa el hilo negro. La versión de que el presidente López Obrador va a redistribuir el poder entre las cuatro corcholatas una vez resuelto el enigma la puso en práctica el presidente Echeverría en 1975: inventó la candidatura oficial de José López Portillo y en automático designó a los otros precandidatos perdedores: Porfirio Muñoz Ledo, sumiso como siempre, fue a la presidencia del PRI; Augusto Gómez Villanueva a la secretaría general del partido y Hugo Cervantes del Río a la presidencia del PRI del DF y una senaduría.
Carlos Salinas de Gortari quiso hacer lo mismo, pero se encontró con la prefiguración de Marcelo Ebrard Casaubón en la figura de Manuel Camacho Solís, quien no aceptó el destape de Luis Donaldo Colosio y le exigió a su amigo Salinas el cumplimiento del pacto político de que el que llegara dejaba al otro como sucesor; Camacho se rebeló, pero la complicidad del poder y los secretos de la política en el gabinete le doblaron la mano y se quedó en el salinismo.
Todas las sucesiones presidenciales desde la de Carranza en 1920 a la de López Obrador en 2018 tienen un común denominador: suponer que el poder en acto es absoluto y absolutista y en consecuencia las sucesiones mantienen deseos de maximato, pero todas se encontraron que el poder presidencial absoluto y absolutista es indivisible y las figuras pequeñas en modo de su sucesor asumen el día que se cruza la banda tricolor la fuerza del poder absoluto y absolutista, poniéndose a prueba con la limitación del poder expresidencial, llámese Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Miguel Alemán o Carlos Salinas de Gortari.
El modelo que dicen que pretende aplicar el presidente López Obrador ya había sido analizado en su contexto coyuntural en noviembre de 2008 por Jorge Castañeda cuando comentó un libro que en esos días era la euforia en Estados Unidos: Equipo de rivales, de Doris Kearns Goodwin (2005), basado en el estudio del modelo político de Lincoln en el contexto de la guerra de secesión y de cómo hizo equipo con los que le compitieron la presidencia.
El poder es indivisible y se basa en una serie de comportamientos de lo que podríamos llamar el psicopoder y se refiere a la imposibilidad política de que adversarios del mismo nivel jerárquico peleen posiciones a navajazos y luego tengan que aceptar los perdedores una posición de segunda y el ganador se vea obligado a darle espacios de poder a sus adversarios con la sombra ominosa de las venganzas acumuladas. José López Portillo se tardó un año en dar cuenta de las traiciones de Muñoz Ledo y Salinas de Gortari careció de fuerza política para imponerle al candidato y luego presidente electo Zedillo una posición para Camacho Solís.
Lo que queda claro es que estamos frente a un modelo conocido de sucesión presidencial: la de Plutarco Elías Calles, con su minimaximato y la imposición de su poder transexenal hasta que chocó con la decisión pétrea del presidente Cárdenas.
La sucesión del 2024 está clara: continuidad garantizada transexenal de la 4T y, de modo inevitable, el liderazgo visible o invisible de López Obrador a partir del 1 de octubre de 2024. De las cuatro corcholatas, Ebrard abrió de manera imprudente su juego y mostró que de ser candidato y ganar, ejercerá el poder absoluto y absolutista para sí y no para la 4T, y menos para su hermano López Obrador.