Teléfono rojo
La manera en que el PRI procesó la iniciativa presidencial sobre la militarización significó la pérdida de confianza en el tricolor, más allá de la que su dirigencia nacional se ha ganado a pulso. Sin embargo, trastocar al sistema institucional que soporta a la democracia en México es otra cosa. El PRI es un partido viejo de cuerpo y alma, con pulsiones estatistas y autoritarias que le vienen de origen, anhela el poder presidencial y algunos ven en Morena y su presidente lo que quisieran ser y tener. El PRI es una fuerza arrollada por la historia y la realidad; está de por medio su existencia. El mayor reto es la coincidencia de su base electoral estable con la de Morena.
Al PRI le irá mejor en la medida en que Morena disminuya su ascendiente popular. El problema es la impaciencia y la falta de esperanza. Impaciencia porque para muchos de sus liderazgos y estructura es larga la espera ante los escarceos de captura política de quien ahora detenta el poder; falta de esperanza porque, resultado de la adversa situación política y circunstancia electoral, asumen que no hay futuro.
El PRI tiene futuro y esperanza, pero no es asunto de baladronadas a las que tan afecto es su dirigente Alejandro Moreno, sino por los logros de muchos de sus gobiernos y su aportación a la transformación de México, incluyendo su participación en las instituciones de la democracia que ahora el presidente insiste en demoler. Nunca será lo que fue. Y eso más que tragedia es oportunidad. Tiene con qué resistir, para ello debe tomar dos decisiones, programa y alianzas que en realidad son una sola: ser oposición
No debiera ser difícil para el PRI el aprendizaje opositor. Oponerse al clientelismo electoral, a la demagogia populista, al autoritarismo o a la devastación institucional significa recuperar lo mejor de su historia. Allí están sus dirigentes referentes: Jesús Reyes Heroles, Luis Donaldo Colosio, Beatriz Paredes, Dulce Ma. Sauri, Claudia Ruiz Massieu, Ma. De los Ángeles Moreno, José Antonio González Fernández, Fernando Ortiz Arana, Santiago Oñate, Jorge de la Vega, Ignacio Pichardo, sólo por mencionar los nombres que con mayor facilidad vienen al presente. Podrían agregarse, Porfirio Muñoz Ledo por su indiscutible aportación hasta hoy día a la democracia mexicana.
El PRI deberá entender que su mayor amenaza deviene de López Obrador, porque su partido va por la base social del tricolor, y porque está decidido a la captura de su dirigencia y potestad parlamentaria mediante buenas, malas y muy malas artes en el ejercicio del poder. Morena sin López Obrador será otra cosa. No mejor, no peor, simplemente diferente. Perderá su eje, su poder de seducción al carecer de la prédica moralista de su caudillo y también su cohesión interna. Por esta consideración el colaboracionismo con quien significa su mayor amenaza es más que traición, despojarse de la posibilidad de permanecer.
El diario Reforma da cuenta de la postura de 5 prospectos de candidatos presidenciales del PRI. Cuatro definen posición clara, firme, razonada y contundente en la defensa del INE, del Tribunal y de la institucionalidad electoral. Lo mismo parece ser el dicho del dirigente Alejandro Moreno. Sin embargo, el precedente del voto por la reforma constitucional por la continuidad de las fuerzas armadas en funciones de seguridad pública vuelve inciertas las palabras de su dirigente, más aún las negociaciones con el gobierno en la penumbra por parte de la coordinación de los diputados tricolores, versión hecha pública por el responsable gubernamental de la operación legislativa para la aprobación de la reforma político electoral.
Se espera que la ruta del colaboracionismo, presente una iniciativa diferente a la del gobierno, haga propia la especie sobre la necesidad de reducir el gasto electoral y el de la representación política en municipios, entidades y el Congreso federal. Seguramente habrá de incorporar algunos elementos para aderezar la traición, como es la legislación en materia de género y el voto electrónico. No se excluye la posibilidad de que se proponga la desaparición de los OPLES y de las salas regionales del Tribunal. Todo para que por la vía del colaboracionismo se dé curso a la voluntad presidencial de devastar la institucionalidad democrática. ¿Ganará el colaboracionismo tricolor? Difícil pero posible, porque quien negocia lo hace a partir del interés propio, no del país, no del partido, menos de la democracia mexicana.