
Indicador político
La historia reciente de México nos recuerda que las crisis, lejos de ser meras contingencias, son momentos que desnudan la fragilidad de nuestras instituciones y la urgencia de repensar nuestro futuro. El regreso del gusano barrenador —ese parásito que devora carne viva, afectando tanto al ganado como al ser humano— se ha convertido en uno de los mayores retos de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum. Al mismo tiempo, el gobierno federal encabeza un acuerdo histórico con Guatemala y Belice para preservar la Selva Maya, el segundo pulmón más grande del continente. Dos hechos aparentemente inconexos, pero profundamente entrelazados: la lucha por la salud y la lucha por la vida.
Desde 2024, el gusano barrenador reapareció en Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo, con más de 360 casos confirmados en animales y varios en humanos. La crisis sanitaria golpeó al sector ganadero y, de inmediato, a la economía nacional: las exportaciones de ganado se desplomaron más del 60 % en apenas cuatro meses. La plaga no sólo puso en jaque a productores, sino también a las relaciones comerciales con Estados Unidos, que cerró fronteras y endureció controles bajo criterios más políticos que técnicos.
La respuesta del gobierno de Sheinbaum ha sido contundente. Se declaró la emergencia zoosanitaria, se establecieron cercos sanitarios y se desplegó la Técnica del Insecto Estéril (TIE), con una planta en construcción en Chiapas que producirá 100 millones de moscas estériles a la semana. Se trata de un esfuerzo científico de largo aliento, con cooperación internacional pero con un liderazgo nacional claro: México no se resigna a ser rehén de plagas ni de presiones externas.
El gusano barrenador no sólo es una amenaza biológica; es también un recordatorio de la interdependencia y de la vulnerabilidad de nuestras cadenas productivas. Frente al cierre unilateral de la frontera norte, Sheinbaum ha sostenido un discurso firme: la sanidad no puede ser excusa para el proteccionismo disfrazado. La soberanía se ejerce con ciencia, con protocolos internacionales y con decisiones respaldadas en evidencia, no en caprichos políticos.
México, además, ha convertido la crisis en oportunidad: al verse obligado a redirigir producción hacia el mercado interno, se abre la posibilidad de reconfigurar la industria ganadera, apostando a la industrialización, el valor agregado y la resiliencia frente a la volatilidad externa.
En paralelo a la emergencia, el 15 de agosto de 2025 la presidenta Sheinbaum, junto con Bernardo Arévalo de Guatemala y Johnny Briceño de Belice, firmó en Calakmul el Acuerdo del Corredor Biocultural de la Gran Selva Maya. Son más de 5.7 millones de hectáreas protegidas, que integran 50 áreas naturales bajo una visión de justicia ambiental y social. El pacto no se limita a la conservación ecológica: implica regenerar suelos, fortalecer la seguridad alimentaria, combatir la tala ilegal y el tráfico de especies, y asegurar el desarrollo sostenible de dos millones de habitantes locales.
Este acuerdo tiene un profundo significado político: en un tiempo en que la humanidad parece condenada a destruir su entorno, México apuesta por una integración regional que coloca a la naturaleza en el centro de la agenda. La Selva Maya no es sólo un patrimonio biológico: es un proyecto civilizatorio.
El gusano barrenador y la Selva Maya son caras de una misma moneda: la tensión entre destrucción y preservación, entre crisis y esperanza. En el primer caso, la naturaleza se nos presenta como amenaza, obligándonos a desplegar ciencia, organización y cooperación. En el segundo, se nos muestra como legado, reclamando cuidado, respeto y visión de futuro.
La administración de Claudia Sheinbaum ha tenido que enfrentar la paradoja de combatir la vida que destruye y, a la vez, preservar la vida que sostiene. Es ahí donde se juega el verdadero sentido de la política: no en administrar la rutina, sino en enfrentar lo inesperado con audacia y en construir horizontes con responsabilidad.
La pregunta de fondo es si seremos capaces de transformar esta doble experiencia en una política de Estado que trascienda sexenios. ¿Podrá México consolidar una estrategia que articule la defensa sanitaria con la preservación ecológica? ¿Tendremos la madurez de ver que la soberanía se defiende tanto en la frontera con Estados Unidos como en la selva compartida con Guatemala y Belice? El gusano barrenador nos recuerda lo frágiles que somos. La Selva Maya, en cambio, nos recuerda lo fuertes que podemos ser si decidimos cuidar lo que nos da vida.
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