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CULIACÁN, Sin., 4 de febrero de 2025.- Trabajar como taxista no es tan monótono como parece.
Detrás de cada viaje hay historias, algunas llenas de nostalgia, otras de peligro o momentos inolvidables.
Ismael Trinidad Avilez, ha estado 50 años tras un volante, siendo testigo viviente de la evolución del transporte en Culiacán.
Padre de tres hijos, Ismael comenzó en el oficio a los 24 años, en 1975.
Recuerda con claridad su primer servicio, llevó a una pareja del extinto cine Diana a la antigua central de autobuses, ubicada sobre el bulevar Francisco Leyva Solano, cobrando apenas cinco pesos por el trayecto.
En ese entonces, no tenía taxi propio; empezó cubriendo turnos de descanso hasta que pudo rentar un automóvil, y con esfuerzo, obtener su propia concesión, la cual mantiene hasta hoy.
Con el tiempo, su trabajo rindió frutos, llegó a tener tres taxis, lo que le permitió comprar una casa para su familia y costear los estudios universitarios de sus hijos.
También disfrutó viajes por carretera con su esposa e hijos, recorriendo Sinaloa, además de una aventura memorable, cuando viajaron a Guadalajara.
A bordo de su Ford 1979, llamó la atención de los tapatíos, pues los taxis en esa ciudad eran de otro color, recuerda con humor cómo la gente se acercaba a preguntarle si podía llevar pasajeros, aunque el solo estaba de vacaciones.
Sin embargo, no todas sus experiencias han sido buenas, en el año de 1993 vivió uno de los momentos más difíciles de su carrera.
Un pasajero le pidió que lo llevara a la zona de tolerancia, pero antes de llegar, sacó un arma y lo amenazó para que le entregara el dinero del día.
Don Ismael obedeció, pero el delincuente no quedó conforme y le disparó dos veces, hiriéndolo en el estómago y en la pierna derecha.
Pasó varios días internado en el hospital del IMSS, pero logró recuperarse y volver a hacer lo que más le gusta: manejar su taxi.
Ahora a sus casi 75 años, reconoce que la época dorada de los taxis ha quedado atrás por la llegada de plataformas como Uber y Didi, sumada al hecho de que muchas familias poseen más de un vehículo, lo que ha reducido la demanda de los taxis.
De los tres taxis que tenía, solo le queda uno; tuvo que ceder las concesiones porque ya no hubo quien los trabajara.
Pese a los cambios, sigue trabajando desde su sitio de siempre, en el callejón Hidalgo, entre la Plazuela Obregón y la avenida Paliza.
En ese sitio espera pasajeros, en lo que él considera el último punto donde aún cae trabajo, ya que los demás sitios de taxistas han desaparecido, muchos de sus compañeros han fallecido o son demasiado mayores para manejar, y las nuevas generaciones ya no quieren subirse a los tradicionales taxis con franja guinda.