Indicador político
Se dice que ante la adversidad o la incertidumbre las personas prefieren refugiarse en la falsa esperanza, donde el cuento gana sobre las cuentas. Se ha dicho que la infelicidad ha cobrado mayor presencia, incluso antes de la tragedia de la pandemia y los ingratos efectos económicos de la invasión rusa a Ucrania. Es inevitable que la insatisfacción con el estado de cosas lleve al descontento, más cuando la información socializada no pasa los filtros de una razonable veracidad y cuando las autoridades dan espectáculo de abuso y venalidad.
En el mundo y en México, la sociedad está ávida de esperanza, cualquiera que sea y sin importar el costo. Pero también anhela venganza; hay mucho encono que conduce al rencor social. En 2015, la mayoría de los habitantes de San Pedro Garza García NL estaban decididos llevar al poder estatal a Jaime Rodríguez “El Bronco” porque había prometido que llevaría a la cárcel al gobernador en turno, Rodrigo Medina. Relevante el tema, porque aquel personaje era la contradicción de las aspiraciones, creencias y gustos de los habitantes del municipio más rico de México y, quizás, de la región latinoamericana.
Así, en estos tiempos parece ser el caso que gana el político con mayor capacidad para el cuento. Sucede en Inglaterra, una de las democracias más acreditadas, que llevó al poder a un cuentista, probado amigo del exceso, el engaño y la mentira, Boris Johnson. También, en Estados Unidos sucedió con Donald Trump. Aquél defenestrado y éste en un camino con destino a la Casa Blanca o a la cárcel. Igual circunstancia la de Brasil, con Jair Bolsonaro, impopular; o la de México, con López Obrador, muy popular a partir de su incansable y decidida capacidad de narrador de cuentos.
Las cuentas son prueba de ácido. Pero la gente, mucha, no las acepta. No son gratas, además comprometen, porque revelan que en mayor o menor medida todos somos responsables de lo que ocurre. Al menos en una democracia, la mayoría es responsable de llevar a un cuentista al poder y más si éste reincide como gobernante, las encuestas revelarán que la mayoría persiste en ratificarle como aceptable cuentista.
Mucho de lo que ocurre en México es una documentada tragedia. Lo más doloroso está en la inseguridad que a todos alcanza. El crimen y su horror se democratizó desde hace décadas. Para bien existen todavía territorios al margen de la barbarie; pero, no se puede ignorar que en muchas partes el crimen ha anulado al Estado o, peor aún, hace las funciones de Estado y se profundiza en el tejido social y en la economía. Se rechaza la acción gubernamental en seguridad, pero no se castiga a quien la preside.
Lo mismo puede decirse en cuanto a la pobreza, la gran expectativa de revertir la exclusión y la marginación que padece la mayoría de la población. El método por el que se optó es política y electoralmente rentable: regalar dinero, sin mediaciones, que es bueno, pero sin reglas de control, que es pésimo. No por la pandemia ni la crisis económica global López Obrador dejará un país con más pobres y más desigual. La mejor manera de reducir la marginación es el empleo e incorporar a regiones y sectores en desventaja a la economía moderna, mediante inversión y confianza, justo lo que el presidente no invita ni inspira. El gobierno fracasa en empleo y economía, pero la opinión favorece al presidente.
Sin ser cuento, los mexicanos estaban hartos de gobiernos abusivos y corruptos. No sólo era el nacional, también los locales y municipales. Se perdió sentido de la proporción y de los límites. Los rateros políticos desplazaron a los políticos rateros. Se entiende que en 2018 ganaran López Obrador y los suyos. La realidad es que en este gobierno la corrupción se generalizó y encareció, hasta las citas con el SAT ahora se venden. Se confundió la aparente austeridad con probidad y como nunca, se asignan contratos de manera directa y al margen de las reglas de control y transparencia. Los mexicanos saben que está muy mal lo hecho por el gobierno; sin embargo, opinan a favor de quien lo preside. Por los cuentos hay una sociedad en estado de indefensión.