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Todo comenzó el amanecer del lunes 20 de noviembre de 1984, con una fuga en un ducto de gas, un problema aparentemente menor que rápidamente se convirtió en una catástrofe
Desde la ventana de nuestro departamento, en el cuarto piso de la Unidad Maravillas, la madrugada avanzaba con esa calma espesa que precede al amanecer. Era el 19 de noviembre de 1984, y nada parecía fuera de lo común.
Sin embargo, alrededor de las seis menos diez, un estruendo rompió el aire. Al principio pensamos que era la explosión de algún transformador eléctrico o un trueno, pero no llovía. Entonces llegó un segundo estallido, tan potente como el primero, que hizo vibrar las ventanas con tal fuerza que temí que el cristal se rompiera, y después un tercero. Todo el edificio pareció vibrar como si algo invisible lo sacudiera.
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